SIN ACRITUD
Llámelo como quiera
Lo de cambiar los nombres a calles, plazas, colegios o puentes debe ser consustancial a todos los políticos de todas las épocas –Franco lo hizo con todos sus generales– y ahora es la izquierda la que mata moscas con el rabo
Cuando el diablo no tiene nada que hacer, con el rabo mata moscas. Viva el refranero español. Es tan amplio y rico nuestro idioma castellano que podemos definir cualquier situación con un dicho popular. Y poner nombre a cualquier cosa. Por supuesto cambiarlo cuantas veces ... haga falta. El diablo está aburrido y acribilla a las moscas. La izquierda gaditana está ociosa –por irrelevante– y trata de llamar la atención. Como sea. Su último recurso es cambiar el nombre a todo lo que se le ocurra.
El 'kichismo' dejó una herencia de decenas de calles y avenidas cambiadas. Canalejas de toda la vida por Avenida 4 de diciembre de 1977. Vaya nombre largo. Avenida Juan Carlos I por Sanidad Pública. La concertada ya otro día. Muchos cambios, muchos nombres. Casi todos con su sesgo ideológico. Que no falte. Su moralina barata, que es lo único que les queda. El estadio, por supuesto, es el mayor de los ejemplos. Qué pesadez con el franquismo. Franco para arriba, Franco para abajo. Como si al común de los mortales gaditanos, que bastante tiene con llegar a fin de mes, le importara lo más mínimo un señor que murió hace ya medio siglo. La última ocurrencia es el puente José León de Carranza. No se enteran estos aburridos adoctrinadores que en esta tierra a las cosas no se les llama por su nombre oficial -hay calles que tienen hasta tres placas distintas- sino por como se les ha llamado toda la vida. La Plaza Asdrúbal, la Plaza de Toros. El hospital Puerta del Mar, la Residencia. La antigua estación de autobús, los Comes. El edificio Glorieta de la Zona Franca, el edificio de LA VOZ. El tanatorio de al lado, el tanatorio de LA VOZ. Hasta el propio nombre de la ciudad lo utilizamos como nos da la gana. Un vecino de Puerta Tierra –beduino– dice que va a bajar a Cádiz cuando va al casco histórico. Es decir, al centro. Si le preguntan a usted por la calle Pintora y escritora Alejandrina Gessler no tendrá ni pajolera idea de lo que le están hablando. García Escámez de toda la vida. Los últimos cambios que nos quieren meter ahora son el del puente Carranza -ya estaban tardando- y hasta el de un colegio, La Inmaculada. Por lo visto nombres religiosos tampoco les gustan. Es cierto que ahora es la izquierda la que anda dando la matraca, pero por lo visto debe ser algo consustancial al común de los mortales, porque el actual gobierno del PP también ha cambiado unas cuantas a petición popular. Y ya que sacan el fantasma de Franco a pasear, es cierto que el generalísimo se puso bastante pesado queriendo rotular cada calle de España con el nombre de algún militar de su cuerda. En Cádiz Varela se llevó la palma, con un cuartel y un enorme chalé con un jardín que ocupaba una manzana entera, hoy troceado y revendido por sus herederos.
Lo mejor sería no poner el nombre de nadie a ningún lugar público. En Bahía Blanca, por ejemplo, la mayor parte de las calles tienen nombre de flores: Tamarindos, Hibiscos, Acacias, Jacintos... Por un lado nos evitaríamos polémicas absurdas y nuestros representantes públicos podrían dedicar su jornada diaria a otros menesteres más provechosos, que buena falta nos hace. Si el anterior alcalde hubiese dedicado la mitad del tiempo que dedicó a intentar vendernos sus burras revolucionarias y anticapitalistas, a arreglar alcorques, farolas y renovar autobuses, ahora estaríamos hablando de otras cosas que de verdad importan. No del nombre de un puente. Unos que si Rafael Alberti, los otros que si Puente de los Astilleros... llámenlo como quieran que nosotros lo llamaremos como nos dé la gana. Pero a ver si algunos trabajan más de verdad por Cádiz y dejan de una vez de matar moscas con el rabo.