Sin acritud

Iñigo y Errejón

Afirma llevar años viviendo en contradicción entre su persona y su personaje, lo cual es obvo, pero sólo lo ha reconocido cuando le ha llegado una grave acusación sexual

Con la que nos ha 'dao' esa criatura durante años. Desde que su extraño rostro se hizo popular en el 15M. Moralina en ingentes cantidades. Qué tenemos que pensar. Cómo tenemos que pensar. Todo el día con la matraca. Lo que está bien, lo que está mal. Lo que es ético. Lo que es moral. La izquierda buena. La derecha fascista. Arrogándose el derecho a decirnos qué podemos hacer y qué no. Qué debemos pensar y qué no. Sobre el reparto de la riqueza. Justicia social. Ecologismo. Salud mental. Hasta si podíamos comer carne o mejor pescado. Maltrato animal. Y por supuesto, cómo no, el feminismo. Ah, el feminismo. Ahí ya se explayaba. Como todos los de su cuerda. Cara de afligido, muy serio, para mostrar públicamente su apoyo a todas las víctimas de violencia de género, de acoso sexual. Como si fuera algo superior a sus fuerzas, que le apesadumbraba por encima de cualquier otra cosa. Las mujeres. El abuso. La injusticia. Y resulta que él mismo reconoce ser un machista de tomo y lomo. En su patetismo, asegura sentirse una víctima del patriarcado. «Lo siento mucho, la vida es así, no la he inventado yo». Ya lo cantaba Sandro Giacobbe en su mítica canción 'El jardín prohibido'. Sólo que lo de Iñigo, a decir de la actriz Elisa Mouliaá, era mucho más grave. Y sin consentimiento. Por la fuerza. Así lo ha denunciado ante las autoridades. Que Errejón, el mismo día que por la mañana se manifestaba contra tanta tropelía machista y fascista, por la noche se bajaba la bragueta en los ascensores o en su cuarto cerrado con pestillo ante una mujer que claramente le decía que no. Que «sólo sí es sí». Un abusador sexual, un degenerado. Consumidor habitual de cocaína. Por supuesto, hay que respetar su presunción de inocencia. La misma que él, y tantos como él, nunca respetan porque desde su autoconstruida atalaya se consideran por encima de los demás para juzgar a quien haga falta. Lo que haga falta. Afortunadamente existe la justicia terrenal, la ordinaria, y ahora tendrá que ser un juez quién determine hasta dónde llegan sus responsabilidades penales.

Este asunto apesta. Por Errejón y por todo su entorno político, que lo sabía y ha permanecido callado por puro interés electoral. La sensación que provoca tanta feminazi –sí feminazi– que mide con distinto rasero a los abusadores según sean de su cuerda o no, ha pasado de la indignación inicial a la más absoluta irrelevancia. Las Irene Montero, Ione Belarra, Amanda Meyer, Lilith Verstrynge, la tal Pam y toda su corte de palmeros y palmeras no provocan ya más que indiferencia. O chanza. Aunque el daño que han hecho a las propias mujeres y a la verdadera lucha por la igualdad ahí queda, con la ley del 'sólo sí es sí' como máximo exponente de su mediocridad política. La que sí tiene mucho que decir, y mucho que aclarar, es la actual vicepresidenta del Gobierno, Yolanda Díaz, gran defensora y aliada de Errejón estos últimos años. La denuncia por los supuestos abusos son de hace tres. No pretenderá convencernos Yolanda de que ella no sabía nada, cuando era vox pópuli en los círculos de la extrema izquierda madrileña. ¿'Woke' le llaman'?

Pero más allá de los graves asuntos denunciados sobre sus prácticas sexuales, lo cierto es que el adiós de Iñigo Errejón de la política está a la altura de lo que se merece. Ha caído apla stado por todos los muros que él mismo levantó. Su comunicado público no tiene desperdicio. Hasta el último momento ha llevado el extremo su ridiculez política. Un escrito en el que habla de sus propias contradicciones. De la diferencia entre la persona y el personaje. Todo redactado, por supuesto, con un lenguaje grandilocuente, propio de quien se cree elegido para liderar grandes causas. Ha defendido las «más hermosas y justas», pero ha llegado «al límite de la contradicción entre el personaje y la persona. Entre una forma de vida neoliberal y ser portavoz de una formación que defiende un mundo nuevo, más justo y humano». Vamos, que vivía como un marajá en un carísimo ático de Madrid en el que hacía magníficas barbacoas mientras exigía que quitaran por ley los pisos a «los ricos». Que todos los días compraba en sus demonizadas empresas multinacionales y pedía a los demás que lo hicieran en la tienda de la esquina. Que solicitaba un crédito a los malvados bancos para comprarse un coche, como todo hijo de vecino. En definitiva, que vivía en una continua contradicción insoportable. Nada nuevo bajo el sol, llevamos décadas viendo cómo lo hacen tantos y tantos miembros de la farándula española que presumen de ser de izquierdas desde su chaletaco de Zahara. Pero él no lo ha soportado más. Esa continua pelea interna entre Iñigo y Errejón. Entre la persona y el personaje. Ha llegado al límite, mire usted qué casualidad, cuando le ha estallado en la cara un escándalo sexual de primer orden. Hasta cuatro años de cárcel le piden. De no ser así, lo mismo seguía dando lecciones durante unos cuantos años más. En fin. Iñigo y Errejón. Tal para cual. Lamentable el personaje. Indeseable la persona.

Artículo solo para registrados

Lee gratis el contenido completo

Regístrate

Ver comentarios