No sean guarros
Cádiz tiene censados 28.000 perros, lo cual, al margen de otras consideraciones, ha creado un serio problema de salubridad en las calles
Un dato. Cádiz capital tiene censados más de 28.000 perros. Que son un montón de perros. Sobre todo para una ciudad pequeña que no llega a los 115.000 habitantes. Prácticamente uno por cada cuatro personas. Más canes que gente joven, lo cual es ... muy triste. Perra vida. Se ve que por la crisis –económica y de valores– mucha gente ha optado más por ir a la perrera que por traer niños al mundo. Cambio hijos por mascotas, que es mucho más económico e infinitamente menos sacrificado. Dónde va a parar. Allá cada cual. Pero no seamos injustos. Al haber tantos perros, hay por supuesto un montón de dueños distintos. Como todo en la vida. Diferentes perfiles, que se dice. Desde el que ha tenido perros toda la vida al que se ha apuntado a la moda de estos últimos tiempos. El que los tiene bien grandes al que los prefiere pequeñitos. El que alardea de que el suyo es de raza pura y muestra orgulloso su paladar negro –sin tener ni idea de que eso no demuestra nada– y el que está más orgulloso aún porque el suyo es un chucho al que sacó de una jaula justo cinco minutos antes de ser sacrificado. En eso se llevan la palma los galgos, que son los más solicitados. Rescate a un galgo e irá usted directamente al cielo de los dueños de perros. Gente buena y gente mala, como todo en la vida. También los hay con posibles y perroflautas. Pero sobre todo, la mayoría de los propietarios de esos 28.000 perros lo son para combatir la soledad. Para tener alguien, aunque no sea un ser humano, a quien acariciar, a quien hablar pese a saber que no recibirán palabras de respuesta, al modo de Tom Hanks con 'Wilson', aquella pelota a la que pintó un rostro para no volverse loco en 'Náufrago'.
Después de este análisis sociológico-perruno sin ninguna base científica, vamos a lo importante: tanto perro supone un serio problema de higiene. Se trata de 28.000 animales orinando en la calle varias veces al día. En farolas, en esquinas, en las ruedas de los coches, en los árboles. Hubo un tiempo, cuando había bastante menos chuchos en la ciudad, en el que se colocaron 'pipicanes'. Seguro que lo recuerdan. Una especie de plato de ducha con un palo para que el perrito hiciera allí lo suyo. Fracaso estrepitoso. El perro llegaba, olía, comprobaba que aquello no era virgen y buscaba una señal de tráfico a la que conquistar. Ahora, la solución teórica es que los propios dueños lleven encima una bolsita y un botecito de jabón. Lo de las heces más o menos se está consiguiendo. Lo cierto es que la inmensísima mayoría de los dueños las recogen. No se ven tantas como podrían verse si tenemos en cuenta que en nuestras aceras se depositan a diario miles de excrementos perrunos. Pero lo de la orina es ya un problema muy serio. No basta con echar un chorrito de detergente rebajado con agua mientras mira el móvil, casi sin apuntar. Eso no sirve de nada. Habría que frotar a fondo cada vez que 'Tobi' mea. Y si no lo hace el dueño, alguien tiene que hacerlo. Del mismo modo que existe la policía porque está feo robar, pero hay quien roba, debe haber alguien que vele por la higiene de nuestras calles. En este caso los servicios municipales de limpieza. Servicios que deben tener el personal, los medios y el presupuesto suficiente para combatir este grave asunto. Tampoco basta con baldear a fondo las cuatro calles del centro más transitadas por los turistas y tener completamente abandonadas las demás. Eso al Ayuntamiento le sirve para que algún afín haga gala de su capacidad de peloteo en redes sociales, pero es literalmente esconder la mierda debajo de la alfombra. Maquillar el problema.
En Cádiz hay muchos perros. Eso es un hecho. Lo cual ha generado un nuevo problema. De imagen y de salubridad. Alguien tendrá que afrontarlo. Tampoco estamos hablando de acabar con el hambre en el mundo. Sólo con el orín en las calles de una ciudad. Sin debates en Twitter, sin buscar culpables. Hay mucho guarro, sí. Pagan justos por pecadores, también. No se está haciendo nada, es evidente. Como con tantas otras cosas. Arréglenlo. No sean más guarros.