Al fondo, a la izquierda
El asunto de los pinchazos no es más que una gamberrada propia de adolescentes y jóvenes malcriados. El verano que viene será otra cosa, igual o peor, porque nunca vamos a la raíz de los problemas
Dos adolescentes, dos, habitan bajo mi techo. Dos adolescentes, dos, de 14 y 17 años respectivamente. Hembras ambas. Imaginará usted que en tan humilde hogar no se habla de otra cosa este verano: los pinchazos. Todos los días hay comentarios sobre alguien que conoce a ... una chica a la que le han contado que a la amiga de su hermana la pincharon el otro día en un concierto. «No se acuerda de nada, pero es verdad, lo he visto en su Instagram». Y uno, como padre, se preocupa, claro. Cómo no preocuparse. Investiga un poco, lee, aprovecha su oficio para 'tirar' de fuentes policiales que le den una perspectiva lo más exacta posible sobre lo que está ocurriendo. Y concluye, convencido, que el problema es relativo. El tema de los pinchazos que tanto nos preocupa este verano no es más que una gamberrada. Una estupidez propia de jóvenes y adolescentes malcriados. Como siempre los hubo, pero con el agravante de las redes sociales y el mal uso que hacen de ellas. Es una psicosis que pulula por Instagram y Tik Tok, pero poco más. Niñatos y niñatas con ganas de llamar la atención, de conseguir seguidores, notoriedad. Unos haciendo la gracia de pinchar, aunque sea con el capuchón de un boli. Y otras que quieren llamar la atención. Muy pocos, eso sí. La inmensa minoría. Pero suficientes para crear el pánico en miles de jóvenes gracias al efecto multiplicador de las redes.
Obviamente hay que estar atentos. Preocupados si quiere. Que miles de presuntos casos sean mentira no significa que mañana se dé uno de verdad. Por cada cien mil adolescentes patosos puede haber un psicópata oculto. Y una sola víctima ya es un drama. Pero es infinitamente más peligroso que puedan echarte algo en la bebida sin que te des cuenta a que te pinchen con una aguja y estén más de diez segundos inyectándote una sustancia química.
El problema, como casi todo, es educacional. Tenemos una adolescencia que, como bien decía el investigador Francisco Marco en la entrevista que le hacía el viernes Salvador Sostres en ABC, se ha criado con barra libre de información en sus teléfonos móviles. Sin filtros. De información y de lo que no es información. La pornografía es un elemento más de su día a día y tienen absolutamente banalizado el sexo. Ellos y ellas. Una tendencia tan triste como peligrosa a la que contribuyen, y de qué manera, los mensajes que lanza el feminismo radical. Ideas de dudoso gusto para los adultos. Una auténtica bomba de relojería para los que aún no se han formado su propia personalidad. Los pinchazos de hoy son las aspirinas en los cubatas de ayer. Mucho mito y poco de cierto. Mucha psicosis. Una moda pasajera de la que el año que viene probablemente no nos acordemos. Pero vendrá otra. Igual o peor. Porque nunca vamos a la raíz de los problemas. Nos quedamos siempre en la superficie. Viviendo en un eterno Tik Tok y preocupándonos por el derecho de nuestras hijas a volver a casa solas y borrachas. Eso sí, poniendo cartelitos con puntos violetas al lado del baño de la discoteca. Al fondo, a la izquierda.