SIN ACRITUD

De extranjis

Muchos de esos que pregonan la educación y la sanidad pública, a la hora de la verdad meten a sus hijos en colegios concertados y van al médico con la tarjeta de su compañía de seguros en la mano

Una de las mejores herramientas que tiene nuestro sistema democrático para funcionar es la colaboración público–privada. Especialmente en los dos asuntos que son la base de todo: sanidad y educación. Es un método que, bien gestionado, permite ahorrar costes y dar un mejor servicio. ... Al paciente y al alumno. En Andalucía somos pioneros en ambos casos. En educación el sistema ha sido un rotundo éxito desde hace décadas. Tanto, que en Cádiz capital, por ejemplo, ya no queda ni un solo colegio estrictamente privado. Enseñanza de calidad completamente gratuita. Para todos. Sin excepción. Sin diferencia de clases sociales, religión o raza. Impoluto. En sanidad no podemos decir lo mismo. Pese a que existen numerosos conciertos con hospitales privados –en la provincia de Cádiz la palma se la lleva de largo Hospitales Pascual– el servicio que se presta al paciente, sobre todo en atención primaria, es manifiestamente mejorable. La sanidad es gratuita para todos los españoles y eso es un logro impresionante que damos por hecho. Que no valoramos. El ejemplo de Estados Unidos es el más palmario de todos. Sin embargo no es un servicio de calidad. Nada que usted no sepa. Listas de espera eternas, falta de médicos... el SAS está saturado. Y eso se está traduciendo, por ejemplo, en agresiones que cada vez son más frecuentes en los centros de salud. Es obvio que el presupuesto sanitario necesita ser aumentado cada año. Y necesita ser gestionados mejor. Mucho mejor. Sin embargo, cuesta imaginar cómo sería si todo estuviera basado en los recursos estrictamente públicos. El caos sería total. Por eso hay tanto nerviosismo con la tensa negociación entre Muface y el Gobierno de Sánchez. De Muface 'cuelgan' varias compañías de seguros privadas que, de expulsar a esos miles de usuarios, colapsarían directamente el sistema público. Un asunto de vital importancia que veremos a ver en qué queda.

No entraremos a valorar a todos aquellos que pregonan, que cacarean, la defensa de lo público. Con sus ideas buenistas y que consideran moralmente superiores. Pero que no se aplican a sí mismos. Esos funcionarios que defienden lo público de cara a la galería pero a la hora de la verdad escolarizan a sus hijos en centros concertados y van al pediatra, al ginecólogo o al urólogo con la tarjeta de Adeslas en la mano. Una cosa es predicar. Dar ejemplo es otra bien distinta. Allá cada cual con su conciencia, pero realmente resultan agotadores. Y peligrosos, con sus trasnochadas ideas. Habrá quien actúe de buena fe, pero en esas mareas verdes que defienden la escuela pública muchos lo hacen por su propio interés, no por el de los alumnos. La mayoría son docentes que lo que realmente buscan es una mejora salarial. Lo mismo que las mareas blancas, que albergan en su seno dos perfiles de militantes distintos, aunque complementarios. Los que quieren que les mejoren sus condiciones sin pensar en el paciente y los que utilizan la sanidad como un arma arrojadiza contra la derecha. «O nos apoyas en nuestra defensa de lo público o eres un fascista». Tan simplón como eso. El PSOE se ha subido a ese carro con verdadera fruición. Afortunadamente cada vez son más residuales y la sociedad impone su cordura y su lógica. Todo lo que suene a 'marea' suele ir ligado a un intento de manipulación de la extrema izquierda. Menos mal que en Cádiz no somos muy de mareas, sobre todo cuando está alta. Somos más bien de 'agua tapá'. Ahí se podían meter, a darle la murga a las mojarritas y dejarnos a los demás que sigamos con el sistema público–privado, que es muy mejorable aún, pero infinitamente mejor que el que ellos proponen. Y que además es gratis total. Y para todos. Hasta para ellos. Que lo usan, pero de extranjis.

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