SIN ACRITUD
Ecologismo cansino
Bastante tenemos con soportar las inclemencias del tiempo, muchas veces imposibles de combatir, como para encima soportar su moralina
Con todo esto de la DANA, a ver quién es el guapo que se atreve ahora a sugerir que el cambio climático sí, pero no. Existir existe, obviamente. El planeta tierra lleva tantos miles de millones de siglos cambiando climáticamente que el debate es absurdo. ... No vamos a hablar ahora de las cinco glaciaciones y de la extinción de los dinosaurios. Del periodo criogénico en el que esta frágil bola del mundo era prácticamente hielo toda ella. Ni de la glaciación del periodo Huroniano, la más larga de todas. 300 millones de años duró. Imagínese. Eso sí que eran cambios climáticos y no los de ahora. La vida es un continuo cambiar del clima y a eso debemos acostumbrarnos. Debemos vivir sabiendo que en otoño, cuando la temperatura del Atlántico y el Mediterráneo es más cálida de lo habitual, se producirán DANAS que descargarán agua en ingentes cantidades y de manera muy rápida. Se explica muy bien hoy en estas páginas a través de especialistas de la Universidad de Cádiz. Para que eso no se convierta en la tragedia que se ha convertido, es tan sencillo como cumplir con tres premisas. Que sin embargo no cumplimos. La primera y principal es no construir en lugares por los que sabemos que tarde o temprano el agua volverá con extrema virulencia. Suspendidos. La segunda elegir a servidores públicos con una mínima capacidad técnica, y altura moral, que sean capaces de reaccionar y liderar la situación. Nuevo suspenso. A las pruebas valencianas hemos de remitirnos. Y la tercera saber que cuando nos llegue la alerta, lo primero es poner a salvo la vida, no el coche. Desgraciadamente tampoco ocurrió. Por todo ello ha pasado lo que ha pasado. Del mismo modo hemos de saber que habrá, de hecho las hay, largas temporadas de sequía para las que también tenemos que estar preparados con embalses y pantanos suficientes para aguantar hasta que vuelvan las lluvias. Que volverán. Siempre vuelven. Es el ciclo de la vida. Tan fácil como eso. O tan difícil de entender, por lo visto. Porque si algo está claro en todo esto es que no aprendemos.
Y no lo hacemos básicamente por dos motivos. Primero porque somos una sociedad cortoplacista. Vivimos al día. Nos preocupa lo nuestro, el aquí y ahora. Mucho más aún los políticos, cuyo horizonte más lejano siempre son como máximo cuatro años. Esto ha sido así desde la última glaciación y es hasta entendible, humano, aunque deberíamos hacer mucho más esfuerzo por trabajar juntos con mayor altura de miras. El problema añadido es que en estos últimos tiempos nos hemos enredado con lo políticamente correcto, con los discursos buenistas, con las redes sociales y todo ese mundo 'woke'. Y hemos terminado de fastidiarla. Cualquiera que se atreva a cuestionar hasta qué punto nos estamos cargando el planeta cuando una señora se echa laca en el pelo ya es tachado de negacionista por la izquierda radical cansina. Obviamente que debemos cuidar el planeta entre todos. Por supuesto que hay que limitar las emisiones de gases contaminantes. Pero de ahí a decir que cada vez que viene una borrasca o deja de llover seis meses la culpa sea de la mano del hombre va un mundo. Qué hastío de gente. Ni les cuento ya cuando hablamos de no sé qué ecologistas que dicen que no se pueden limpiar los cauces por el derecho de las cañas de los ríos. Esa izquierda radical, que lo mismo se pone el disfraz de ecologista que el de feminista o el de antirracista, es la que más daño hace. Porque desvía a mucha gente de la verdad y de la lógica. No suma, confronta. Bastante tenemos con aguantar las inclemencias del tiempo, contra las que es difícil luchar de por sí, para encima sufrir a estos moralistas de pacotilla. A la era neoproterozoica los mandaba yo, en la que la bola del mundo era directamente una bola de hielo. A adoctrinar a los pingüinos. Si quedara alguno.