Batucadas
De todas las formas posibles de expresión musical, probablemente la más cutre sea la batucada, o al menos las que vemos por aquí cada vez que hay una ocasión especial
De todas las formas posibles de expresión musical, posiblemente la batucada sea la más cutre de todas. O al menos las batucadas que vemos por aquí. Es posible que en Río de Janeiro las haya maravillosas, con sus tambores, silbatos y timbales sonando acompasados ... e invitando a quien asiste al espectáculo a dejarse llevar por el ritmo acelerado y repetitivo de la música. África y Brasil fundidos en una misma cosa gracias a la musicalidad de los instrumentos de percusión. Precioso. Pero como todo en la vida, una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. Del mismo modo que hay violinistas y violinistas o pianistas y pianistas, hay batucadas y batucadas. Por hacerlo más cercano, con las cosas de aquí. Hay comparsas y comparsas. Y aunque se llamen igual, nunca podremos poner en el mismo plano a cualquiera de Martínez Ares o Juan Carlos Aragón con, que sé yo, 'Los herederos del levante', aquella comparsa de Conil que pasó a la historia como la peor que ha pisado nunca las tablas del Gran Teatro Falla.
Las batucadas que hemos visto en Cádiz en los últimos tiempos, y hemos visto muchas desde que gobierna quien gobierna, suelen estar formadas por una veintena de personas –hombres y mujeres por igual–, con pelos muy largos, ropajes muy raídos, tan sucios como holgados, y vistosos colores. Habitualmente secundados por perros pequeños y famélicos y un par de acompañantes con rastas y perilla larga que echan fuego por la boca. El ritmo deja mucho que desear, pero ellos parecen pasarlo en grande pese al estruendo que forman golpeando latas de forma insufrible. Pero algo deben tener cuando, año tras año, los responsables de organizar los programas de actividades de la ciudad los contratan. Una gran regata, batucada. Una cabalgata, batucada. Y cuando no los contratan, ellos mismos se autoinvitan. Una manifestación universitaria, ahí están los tíos. Una protesta contra el fascismo imperante, tambores a la calle. El Día de la Mujer Trabajadora, timbales por doquier.
Por supuesto, el próximo fin de semana volverán a deleitarnos durante la celebración de la SailGP. Así nos lo han hecho saber los señores del Ayuntamiento, la Diputación y la delegación de Cultura de la Junta. Así que no debe ser una cuestión ideológica, ahora que todo se politiza, sino más bien eso que llaman transversal: gusta a todo el mundo por igual. A los de Podemos, a los del PSOE y a los del PP. Mire usted que es difícil que se pongan de acuerdo en algo. Bueno, pues en esto lo han hecho. Las tres administraciones han organizado conjuntamente el programa de actividades paralelas a la competición. Y convocaron a la prensa para anunciarlo a bombo y platillo. O más bien a tambor y silbato. Uno, en su ingenuidad, pensó: si la SailGP es la Fórmula 1 de la vela, si se trata de la más importante cita a nivel mundial, y si encima todos se han dado la mano para elaborar el programa de ocio... no debe ser un programa. Será un programón. Quizá Sting, que ya estuvo en Chiclana en verano. Puestos a soñar, los Rolling Stones, Beyoncé, Jennifer López, Bad Bunny, David Guetta... cualquier artista de éxito mundial a la altura de la cita. Como la Superbowl, pero de vela. Y en Cádiz.
Pues el gozo, para nuestro disgusto, cayó al pozo. El programa en cuestión está compuesto por –ojo– talleres infantiles, actuaciones flamencas de artistas locales, carnaval y, no podía faltar, batucada. Lo de siempre. Con todos los respetos a quienes imparten los talleres, a los artistas, a los carnavaleros y a los de los timbales. Pero qué quieren que les diga. Se supone que estas son las ocasiones en las que hay que echar el resto, apuntar a la luna y tratar de alcanzarla o llegar lo más cerca posible. Pero eso requiere esfuerzo, planificación, trabajo, imaginación, búsqueda de recursos y patrocinadores, capacidad de gestión... justo lo que aquí nos falta. Y por eso al final lo único que tocamos es la flauta mientras otros, no tan lejos de aquí, a la mínima montan una orquesta a la altura de la Filarmónica de Viena.