Auténticos héroes
Gente como los infantes de Marina de San Fernando, que acuden al rescate de los que los necesitan, hacen que los que no movemos un dedo al menos recuperemos la fe en la bondad del ser humano
Aquí estamos. Hablando del corte de semifinales del Concurso del Falla. Del vendaval de levante de esta semana. De la coalición del Gobierno. Que se rompe. Que no. De la ley animalista. De los pezones de la ministra. De temas intranscendentes de nuestra ciudad, de ... nuestro país. Pensando que son importantes. Y de pronto, nos golpea el fallecimiento de uno de los grandes de nuestra fiesta, Julio Pardo. Y todo se relativiza. Todo se ensombrece con noticias así. Y mucho más aún cuando ocurren otro tipo de desgracias como el horrible terremoto de Turquía y Siria. Que están lejos, sí. Pero no tanto. Apenas cuatro horas de avión desde aquí. Y nos estremecemos. Se nos encoge el corazón con cada rescate in extremis, con cada imagen de un niño sacado de los escombros. Pero nos dura lo que dura la noticia de la tele. Un minuto. Dos a lo sumo. Y volvemos a nuestros temas. A los 'importantes'. Que si Valcárcel. Que si tres carpas de Carnaval en lugar de una. Que si dimite la otra ministra. Y nos olvidamos de la vida real. De un mundo en el que existe gente como los infantes de Marina del Tercio de Armada de San Fernando, que están allí, en pleno epicentro del terremoto, ayudando. Gaditanos que tienen siempre listo su petate para acudir sin dudarlo a cualquier lugar donde puedan aportar su grano de arena. En lo que sea. Hoy, ahora, en este preciso instante, hay 74 militares con base en la Población Militar de San Carlos desperdigados en varios puntos de la ciudad de Iskenderun, en el sureste de Turquía. Jugándose la vida, porque aún existe el riesgo de que se desplome algún edificio muy dañado. Ayer, seis días después del seismo, lograron sacar con vida a un niño y a un anciano. Auténticos héroes. Y no sólo gaditanos. Ni sólo militares. Bomberos de Huelva, médicos de Madrid, rescatadores de Valencia... muchísimos ciudadanos realmente dignos de admiración. Gente de la calle, que no hace ruido. Pero sí mucho bien. No los valoramos. Y es injusto. Porque ellos no sólo ayudan sobre el terreno, también nos alegran el corazón al resto. Nos reconfortan a los que nos quedamos aquí, estremecidos, pero sin mover un dedo. Mantienen viva nuestra fe en el ser humano.
Mejor dicho, en la casi totalidad de los seres humanos. Porque, del mismo modo que este tipo de desgracias sacan lo mejor de la inmensa mayoría de las personas, también hay una minoría que aprovecha para expandir el mal. Su mal. Falsos envíos de ayuda, dinero que se queda por el camino, difusión de noticias falsas... es increíble cómo hay quien busca sacar tajada de estas situaciones. De la forma más miserable. Incluso rédito político. Son los menos. Pero los hay. De ahí que sea tan importante destacar la labor de los héroes anónimos. Para contrarrestar. Para incidir en la idea de que los buenos siempre son muchos más, aunque hagan menos ruido. Ellos son los que merecerían toda la atención mediática. De las redes sociales nada se puede esperar. Pero los medios de comunicación sí deberíamos aprovechar para revisar nuestras prioridades. Y también el receptor de las noticias, que siempre centramos el tiro en el emisor. Pero el lector, el espectador, también se olvida en cuanto el telediario pasa a la siguiente noticia. O en cuanto empieza el reality de la noche. Todos hemos de ser más conscientes de que cualquier militar, cualquier bombero, cualquier sanitario son los que hacen de verdad que este mundo funcione. Y no el ministro de turno.