Animales irracionales
La ley es la ley y hay que respetarla, aunque sea absurda como la animalista, sectaria como la de memoria histórica o saque de la cárcel a violadores y políticos malversadores
Es lo que tiene el buenismo mezclado con el animalismo. Se empieza dando un carné de alimentador de gatos del Campo del Sur y se acaba rodeado de bichos donde quiera que vayas. «No, esta ley es para que no les maltraten». «No, es que los animales son tan dignos como las personas». «No, es que yo quiero a mi perro tanto o más que tú a tu hijo». «No, mi perro no ensucia, mi perro es muy limpio». «No, mi gato sólo hace caca en su arenero». Y así todo el día. Y ahora resulta que voy a comprarme un pantalón y tengo a un chucho olisqueándome la pernera, voy a tomarme una tapa de ensaladilla y tengo otro esperando a ver si se me cae un cacho de pan. Y en el tren, donde ya logramos quitarnos a los fumadores, ahora tengo que rezar no sólo para que no me toque un niño llorón o un cretino que vocifera hablando por el móvil, sino también para no ir todo el camino con uno de esos odiosos yorkshire con un lacito en la cabeza y dando ladridos. Qué quiere que le diga. Me molestan los animales que están a menos de dos metros a la redonda de mi centro de gravedad. Una vaca en el campo, bien. Un gamo en el bosque, perfecto. Una gallina en su corral, superior. Pero un perro en Cortefiel, un gato en la barra del Manteca o una iguana -¿están permitidas las iguanas también?- en la toalla de al lado mía en Santa María del Mar, pues no. Bastante tenemos con las gaviotas salvajes a la caza de la patata perdida. Por cierto, este es otro tema que algún habrá que abordar aquí en Cádiz. De vez en cuando se habla de esterilizar a las palomas, de controlar su reproducción. Pero poco se habla de las gaviotas gaditanas. A Hitchcock, de vivir hoy, le hubiera dado para otra película e incluso para una serie.
En el caso de esta Ley de Bienestar Animal, el problema no es el animal, obviamente. El problema son muchos de los dueños de los animales. Esos seres humanos pero irracionales que justifican lo injustificable. Y la base, como en todo en la vida, es la educación. La educación lo mismo sirve para no hacer el gánster en la tribuna del Congreso de los Diputados que para no maltratar psicológicamente a tus compañeros de colegio hasta llevarlos a situaciones límite en las que les «estalla la cabeza». Y en el caso de los animales, y de los animalistas, debería bastar para saber dónde acaba su libertad y dónde empieza la mía. Convivencia se llama. Siempre que he ido a casa de amigos o familiares con perros en casa, que son muchos, los encierran cuando llegan las visitas. Para no molestar. Y créame, el animal no sufre el más mínimo trauma. Cuando sale lo hace moviendo la cola y se le ve feliz. Y nosotros, fachas sin alma, ni corazón ni perrito que nos ladre, hemos entendido cuándo la compañía del animal es absolutamente necesaria, caso de las personas invidentes, por ejemplo. Ningún problema. Todo lo contrario.
Por supuesto que nos duele cuando vemos a un animal maltratado. No somos bestias. Por supuesto que hay que perseguir y llevar ante la Ley a los salvajes que los golpean y torturan sin piedad. Pero de ahí a tener que hacer dos horas de cola en Tráfico para una gestión con dos perros ladrando al lado, va un mundo. Por no hablar de los problemas de higiene que provocan, que ya lo hemos denunciado muchas veces. Una guarrería, es lo que es tanto excremento y tanto orín en cualquier esquina, en cualquier farola, en la rueda de su coche.
Pero bueno, es lo que toca. Ley de bienestar animal. La ley es la ley. Aunque sea una ley absurda como esta. O sectaria como la de la memoria histórica y la de indultos a separatistas. O directamente mande a la calle a violadores y acosadores sexuales. Menudo nivel el de los que nos legislan y nos van a seguir legislando los próximos cuatro años. Parecen animales. Irracionales.