SIN ACRITUD

Aliados, no enemigos

Mientras haya un sector del feminismo radicalizado que demoniza al género masculino –afortunadamente cada vez son menos– será mucho más difícil alcanzar la igualdad real entre hombres y mujeres

Ignacio Moreno Bustamante

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Fíjese en la importancia del lenguaje. De lo que hoy se denomina 'control del relato'. Una simple coma puede cambiar radicalmente el significado de una expresión de tan solo tres palabras. Analice la diferencia entre decir que dos colectivos son «aliados, no enemigos» o «aliados no, enemigos». Nada que ver. De hecho es literalmente lo opuesto. Pues exactamente eso es lo que ha ocurrido durante los últimos años con el feminismo radical y la lucha contra las desigualdades entre hombres y mujeres. Que han colocado la coma detrás del no y han tratado de convencernos de que los hombres no somos aliados de las mujeres en el camino hacia la paridad. Que no hemos de recorrerlo de la mano, más bien todo lo contrario, han colocado al género masculino –sin distinciones– en la diana de una especie de revanchismo histórico absurdo y ridículo. A estas alturas resulta obvio decir que las peores enemigas de la lucha de la mujer por alcanzar la igualdad son, precisamente, algunas mujeres. Cada vez menos, afortunadamente, pero que han hecho un daño terrible a lo que debería ser una cuestión absolutamente despolitizada.

Sin embargo, aún quedan rescoldos de aquellas a las que se calificó de 'feminazis', encabezadas por la inefable Irene Montero. Desde que irrumpió Podemos en el panorama político nacional, y más aún desde que Pedro Sánchez los encumbró y los incluyó en su Gobierno, se han degradado muchas cosas. Demasiadas. Cosas que dábamos por sentadas y que este radicalismo prostituyó y desvirtuó hasta convertirlas en caricaturas. Sin duda, la lucha por la igualdad de la mujer fue una de ellas. Probablemente la más perjudicada de todas. Desde que nos bombardearon con términos como micromachismos, heteropatriarcado y 'palabros' así todo empezó a decaer. Ni les cuento con frases para la historia negra de este país como «Nos queremos solas y borrachas» o «Tranquila, hermana. ¡Aquí está tu manada!». Fíjese, no les voy a discutir sus buenas intenciones, pero desde luego sus métodos para alcanzar el fin de la igualdad real han sido, siguen siendo, muy dañinos. Porque pusieron, ponen, el foco en el odio al hombre. En general. Y eso lo desvirtúa todo.

Por supuesto que el gran problema de la desigualdad histórica reside en buena parte en el género masculino. Pero será imposible alcanzar esa equidad si nos ven como un enemigo en lugar de un aliado. Afortunadamente, en el mundo occidental la concienciación está prácticamente instalada en toda la sociedad. Aún queda camino por recorrer, obviamente. Pero ese es el primer paso. Y era muy difícil cambiarlo después de siglos. Pero se ha cambiado, al menos en una inmensa mayoría. Ahora estamos en plena fase de llevarlo a la práctica. Y para hacerlo es imprescindible la unidad de todos, mujeres y hombres. Por eso estas 'gurús' de la cosa, estas adalides del feminismo, lo único que han hecho ha sido poner piedras en un camino ya de por sí largo y rocoso.

Han ralentizado y ensombrecido el trabajo de millones de mujeres en los últimos años que aspiran a una igualdad real, no impostada con frases y eslóganes más o menos ocurrentes. Mujeres que cada día compaginan su trabajo con su vida diaria, que brillan en cualquier campo que se propongan. En la investigación, en la enseñanza, en la empresa, en el deporte... O en la Justicia, como la fiscal delegada de Violencia de Género en Cádiz, Lorena Montero, que en un solo día de trabajo, cualquiera del año, hace más por el feminismo verdadero que tanta radical de boquilla.

Necesitamos mujeres que de verdad construyan ese largo sendero. Que abran las puertas a las que vienen detrás. Que rompan esos famosos techos de cristal. Obviamente no es algo que se consiga de un día para otro. Ni chillando en la calle. Se logra con una labor callada, rutinaria, demostrando con hechos y no con palabrería. Y por supuesto, desde las instituciones es perentorio visualizarlo. Lanzar mensajes a la sociedad, ayudar a educarla, a concienciarla. Pero desde la moderación, desde el consenso, desde la despolitización. Desde la responsabilidad de vernos todos, y todas, como aliados, no como enemigos.

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