¿Qué sucedió en la playa de Valdelagrana?
La combinación de un alto coeficiente de marea en una playa de diferente morfología y la existencia de un meteotsunami en la zona pudo ser la causa del sorprendente suceso
El domingo pasado publiqué el artículo 'No lo llamen minitsunami', rogándoles que no dijeran esa palabra, por favor, para referirse al fenómeno vivido en la playa de Valdelagrana en El Puerto de Santa María el 13 de agosto, que se propagó de forma viral por ... las redes sociales y por los telediarios de las tres de la tarde. Dediqué gran parte de la columna a explicar que, para llamarse tsunami, tenía que haber existido previamente un terremoto submarino, y que en numerosas ocasiones las olas llegaban, afortunadamente, sin peligrosidad, a pesar del mensaje de alarma inicialmente emitido. Entonces sí podría llamársele 'minitsunami', pero ese no era el caso de Valdelagrana. Acabé el artículo «dando una larga por cambiada» -según un amigo- para decirles que las «cosas del mar» no son fáciles de explicar, que necesitaba disponer de más datos del clima marítimo de la zona, y más espacio en esta tribuna. Argumentaba también que hay una gran facilidad en el olvido de los «fenómenos extraños» y que intentaría ver si lo podría aclarar la próxima semana. Y en ello estoy.
Empezaré recordando que el 6 de julio de 2019, a las 11 de la mañana, las redes sociales y los periódicos digitales «echaban humo» con otro «fenómeno extraño» que sucedió en el puerto de Conil, al mostrar un vídeo grabado por un pescador local. En dicho vídeo se veía cómo el puerto se vaciaba, produciéndose fuertes corrientes, algo que según los entendidos de la zona no había sucedido nunca allí. Como ya parece que se sabe un poco más sobre los tsunamis, esa retirada del agua en el interior de la dársena se interpretó como el aviso de la posible llegada de un maremoto a la costa. Lo que me pareció más «pintoresco» fue la versión dada por un voluntario de Protección Civil, que atribuyó ese descenso brusco del nivel del agua en el puerto al 'Afelio', que es un fenómeno que se da cuando la Tierra pasa por el punto más alejado del Sol, produciéndose lo que él llamaba «efecto frenado del planeta». Al oír esta explicación, las noticias digitales de algunos periódicos sembraron más confusión sobre el asunto y lo titularon algo así como: «No es un tsunami, es el Afelio». Protección Civil, con buen criterio, llamaba a la calma (pero sin explicar lo sucedido).
En cuanto supe del fenómeno de Conil, no me pareció nada extraño. Era un tema típico de mis cursos y problema obligado de examen. Si vivieran en la preciosa población de Ciudadela, les parecería algo muy normal, que se da alguna vez al año, generándose fuertes corrientes en la bocana de su dársena rectangular, rompiéndose muchas de las amarras de las embarcaciones y quedando, de forma rítmica, el puerto en seco. Son las conocidas «rissagas». En el Cantábrico, nuestro gran Maestro, Don Ramón Iribarren, desarrolló su teoría sobre la resonancia en las dársenas portuarias y solucionó el problema de las «resacas» en el puerto de Motrico, en 1948, mediante un elegante ensayo en modelo reducido. ¿Qué es eso de la resonancia de los puertos y qué tiene que ver con lo de la playa de Valdelagrana? Para los que no leyeron mis tres artículos que publiqué ese verano, les diré, de forma excesivamente resumida, que el fenómeno de la resonancia se da también en multitud de situaciones de la vida real, bien lejos del mar. Como cuando empujas un columpio jugando y el periodo de oscilación de ese columpio coincide con el del impulso externo que estás dando con tus manos, amplificándose entonces los movimientos. Volviendo al mar, cuando las olas entran en las dársenas portuarias, se convierten en olas que no avanzan, sino que suben y bajan con un ritmo que llamamos periodo, que depende de las dimensiones de esas dársenas: longitud, anchura y profundidad. Nosotros las llamamos «ondas estacionarias». Algo parecido a si ustedes llenan la bañera de agua en su casa y, con un pequeño impulso a la masa de agua, esta empezara a subir y bajar rítmicamente. Así, para el caso del puerto de Conil, para una longitud de 450 metros y una profundidad de 2 metros, esas oscilaciones serían de unos 200 segundos. Entonces, si entrara en el puerto una onda de 200 segundos de periodo, esa dársena se comportaría de una forma «extraña» y se amplificarían sus movimientos rítmicamente. Es decir, entraría en resonancia. Como así sucedió.
Ahora viene la siguiente pregunta: ¿esas olas existen? Pues sí, y con periodos mucho mayores. Se llaman «ondas largas» y tienen la particularidad de ser prácticamente imperceptibles, con alturas de apenas varios centímetros en altamar, y que viajan a gran velocidad. Se pueden generar de distintas formas, pero aquí vamos a centrarnos sólo en las que se producen por súbitos cambios en la presión atmosférica. Estas ondas reciben el nombre de «meteotsunamis», y sus periodos están en el mismo rango que los tsunamis, de minutos a horas. No son por tanto de origen sísmico y resultan menos peligrosas de lo que su nombre puede hacer pensar. Sin embargo, son mucho más comunes de lo que se creía, y van a serlo más, me temo, por el cambio climático. Entonces, podrían preguntarse, ¿y si esas «ondas largas» tienen sólo unos centímetros de altura en alta mar, por qué causan a veces daños en los puertos y alarmas en las playas y bahías? Pues precisamente por el fenómeno de resonancia que les he explicado. Cuando sus periodos coinciden con el de oscilación de la masa de agua en las dársenas o bahías, se producen oscilaciones extraordinarias, como las conocidas «rissagas» de Ciudadela de las que les he hablado ya.
Entonces, ¿lo que sucedió en la playa de Valdelagrana (y sólo en una zona de ella) fue un «meteotsunami»? A falta de datos oceanográficos y de una precisa batimetría de la playa, yo me atrevería a decir que fue una combinación de una marea con alto coeficiente y un meteotsunami desarrollado en la zona, sobre una playa con diferente morfología que las del resto de El Puerto de Santa María. Conviene resaltar esto último, pues Valdelagrana tiene menos pendiente (dado que la arena es más fina) y cotas de playa desiguales, algunas más bajas que la cota de la marea de aquel día, y un cierto desnivel (más bajo) en el trasdós de la playa. El mecanismo de inundación es como si abrieras una compuerta y el agua penetrara rápidamente, formándose esas conocidas lagunas, en donde pueden verse a los niños jugando con el agua casi por las rodillas. Pero no en toda la playa (eso es importante), sino en un par de zonas determinadas. Sobre si existió o no un meteotsunami (que no minitsunami), parece ser que sí. Puertos del Estado, que conviene resaltar que tiene el mejor sistema mundial accesible de información y elaboración de datos oceanográficos, sí que detectó oscilaciones del nivel medio del mar en sus mareógrafos del Golfo de Cádiz e incrementos de energía en las bandas de 15 a 30 minutos.
Alguien que me haya ido siguiendo podría preguntarme: ¿y por qué no entraron en resonancia muchos de los puertos cercanos? Pues posiblemente porque los periodos de ese meteosunami fueran mucho mayores que los de oscilación de las dársenas. Y ya, «para nota»: ¿no podría ese meteosunami haber puesto en resonancia al conjunto de la bahía (El Puerto, Cádiz y Rota), focalizando las olas hacia la zona de playa de Valdelagrana que se inundó tan rápidamente? Pues no tengo respuesta para ello. Como les comenté, no soy un experto en hidrodinámica computacional, sólo un mero divulgador científico. Las cosas del mar, insisto, no son tan fáciles de explicar como mucha gente piensa. Ya lo decía Borges: «El mar es un antiguo lenguaje que ya no alcanzo a descifrar».