TRIBUNA
En recuerdo del maremoto de Cádiz de 1755: algunos comentarios a mis artículos
Este 1 de noviembre, a las 10 de la mañana y en conmemoración del maremoto de Lisboa de 1755, sonarán por primera vez en Chipiona las sirenas de alerta recientemente instaladas
Como casi todos los años, desde hace ya diecinueve, acudo fiel a recordar lo sucedido tras el terremoto de Lisboa, el primero de noviembre de 1755, que debido a su magnitud (grado 8,5) desembocó en el conocido maremoto de Cádiz, cuyo recuerdo se honra ... con las procesiones de la Virgen de la Palma en el Barrio de la Viña en Cádiz y con la del Cristo de la Misericordia en Chipiona. Dos tradiciones que afortunadamente no se han perdido y que desde esta página animo a conocer y asistir. Este artículo constituye ya el número veintidós de los publicados por mí en este periódico, relativo a los temas relacionados con los tsunamis. Una tarea divulgativa que me impuse tras el tremendo «tsunami del Índico», posiblemente la mayor catástrofe natural en la historia moderna, debida «simplemente» a la llegada de tres olas espaciadas, a puntos diferentes y distantes del océano, que produjeron la escalofriante cifra de 275.000 muertos, 45.000 desaparecidos y 125.000 heridos.
La idea principal de mis artículos ha sido la de recordar que este «extraño» (aunque ya no tanto) y, afortunadamente, poco frecuente fenómeno natural podría presentarse nuevamente, desconociendo, eso sí, cuándo y su intensidad. Todas estas publicaciones las he intentado escribir de la forma más pedagógica posible, sin sensacionalismo, pero con rigor científico. A través de sus títulos se puede notar cómo mi estado de ánimo pasaba por periodos de desánimo hacia otros más esperanzadores, en cuanto a la atención que sobre este tema (para mí muy importante) iban teniendo las autoridades competentes en Andalucía.
Así, en mi artículo del 2020, «El maremoto de Cádiz: por qué les cuento todo esto», hice un recordatorio de mis once publicaciones anteriores relacionadas con los tsunamis, notándose mi preocupación y desánimo. Les confesaba que entendía que ya había cumplido sobradamente con el deber de difundir este mortífero fenómeno natural y que ya no me quedaba mucho más que contarles. Hasta lancé la advertencia (bien lejos de mi deseo) de que, si sucediera un tsunami en el golfo de Cádiz un día de verano, sin tener preparado un plan de alerta y evacuación rápida para residentes y visitantes, podría tener consecuencias mortales superiores a las causadas por la pandemia en nuestro país. Apostillaba también el hecho de que la pandemia, «según dicen», nos pilló sin saber que podía suceder, algo que no puede decirse sobre el asunto del maremoto de Cádiz, en donde han hablado por activa y por pasiva instituciones y personas con mucho conocimiento. Para que no dijeran después los políticos de turno que no sabían nada y acabaran echándose las culpas unos a otros. Se notaba en mi artículo un halo de pesimismo y desconfianza hacia los responsables políticos que habían mostrado hasta entonces tan poco o nulo interés en este asunto.
Uno de mis publicaciones preferidas, que marcó un punto de inflexión en mi actitud, fue la que escribí en diciembre de 2020, con el sugerente título de «El síndrome de Casandra». Surgió a raíz de los muchos comentarios que recibí en las redes sociales y whatsapps de amigos, apoyando mi persistencia en este asunto. En especial hubo uno de un compañero que me hizo llegar el mensaje de una conocida suya, psicóloga de profesión, que decía: «Tu amigo sufre el «síndrome de Casandra». No es el único en este país». Haciendo gala de una gran elegancia intelectual, me explicaba que dicho síndrome (basado en la mitología griega) se refería a «la desazón o sufrimiento de una persona que avisa de algo y no es escuchada». Después de descubrir que, efectivamente, yo padecía de dicho síndrome, me llevé a los pocos días la gran alegría de saber que había habido un político que sí que me había hecho caso en lo referente a que deberíamos estar preparados para un maremoto. Se trataba del alcalde de Chipiona, que oficialmente había llevado a pleno la propuesta de que su municipio se convirtiera en el primero de España en estar preparado para hacer frente a la llegada de un posible maremoto a su costa. Gracias al compromiso establecido con el prestigioso Instituto de Hidráulica de Cantabria, Chipiona se unió al ambicioso programa «TsunamiReady» (preparándose para un tsunami) auspiciado por la UNESCO, y en el que yo participé, de forma desinteresada, dados mis vínculos profesionales y académicos con dicho instituto.
A partir de entonces, los títulos de mis dos siguientes publicaciones para el 1 de noviembre, «El tsunami de Cádiz: razones para ser optimistas» y el último (el pasado año), «Prevenir para no lamentar: mirando a Chipiona», destilaban mucha más esperanza que todos los anteriores. En ellos se explicaba con bastante detalle la finalidad del citado programa, cuyo objetivo principal era el de minimizar el riesgo que representan los tsunamis y salvar vidas a través de una mejor planificación, educación, sensibilización y comunicación de las alertas. Muchos fueron los trabajos allí realizados, como los mapas de inundación, para conocer dónde se concentraba y evacuaba la población, qué rutas deberían seguir, en qué zonas se deberían refugiar y qué tiempo tardarían. También se dieron diversas charlas y se realizaron varios simulacros en los colegios. Gracias a todo el trabajo realizado el pasado 21 de junio, dicha localidad gaditana recibió el reconocimiento «TsunamiReady» de la Comisión Oceanográfica Intergubernamental de la UNESCO, por su compromiso con la evaluación, preparación y respuesta ante el riesgo de tsunami.
Otra razón más para ver que las cosas empezaban a cambiar fue la de que, en junio del 2023, el consejero de la Junta de Andalucía presentara en El Puerto de Santa María el «Plan de emergencia ante el riesgo de maremotos en Andalucía», siendo la primera comunidad autónoma en tenerlo (del resto de comunidades autónomas costeras no se tienen noticias). Un plan muy trabajado, pero que no ha sido todavía capaz de aplicarse de forma específica y práctica para cada uno de los municipios costeros, dentro de los llamados Planes de Actuación Local (PAL), que todos los ayuntamientos, obligatoriamente, deberían haber desarrollado (o al menos iniciado), a excepción de Chipiona que ya lo presentó para su aprobación por la Junta de Andalucía. El susto producido este 26 de agosto por un terremoto al sur de Portugal de 5,5 grados hizo que los periódicos y redes sociales destacasen esa noticia, con preocupación. La mayoría de ellos no profundizaron en el hecho de que, de haber sido de un grado y medio más, el Sistema Nacional de Alerta por Maremotos (SINAM) habría emitido los mensajes y boletines correspondientes, activándose el Plan de Emergencia antes explicado. Si este hubiese sido el caso, ninguno de los municipios costeros, a excepción del de Chipiona, habrían sabido qué hacer, dentro de los 40-60 minutos que tendrían de tiempo para reaccionar. Todo ello lo expliqué en mi último artículo, «Reflexiones sobre el terremoto de Portugal», en el que fui muy crítico con los alcaldes de los ayuntamientos por no haber iniciado los PAL.
Este 1 de noviembre, a las 10 de la mañana y en conmemoración del maremoto de Lisboa de 1755, sonarán por primera vez en Chipiona las sirenas de alerta recientemente instaladas y, por la tarde, se celebrará la tradicional procesión del Cristo de las Misericordias, cumpliéndose así lo del sabio refrán español de «A Dios rogando y con el mazo dando». A ver si ya se lo toman en serio el resto de municipios costeros y no nos volvemos a llevar otro susto, como el de este verano. Avisados están todos ellos desde aquí.
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