PÁSALO
Tabaco
Fue la taina la primera lengua con la que escuchamos la voz de América
La mejor manera de que no te quieten lo que no quieres dar es otorgarle un uso de rango, de jerarquía. De lo contrario te meten un museo de Bellas Artes en la misma Universidad. Así han debido de pensar las cabezas más despejadas de ... tan alta institución docente, anunciándonos que ya tienen una idea, una buena idea, para alejar moscardones de su envidiable espacio. Nos acaban de anunciar que, la primera catedral industrial de la Sevilla americana, la fábrica de Tabacos, albergará un deseable museo sobre el mismo. El tabaco es un palabro de origen taino, que llegó a nuestra ciudad, probablemente, en el primer tornaviaje de Colón, en poder de los propios naturales caribeños y de la marinería colombina. Su historia es, como casi todas las que formaron parte del ir y venir de las relaciones con ultramar, tan placentera como una bocanada de tabaco americano, antes de que los internistas nos disuadieran de que es muy perjudicial para la salud. En la Cádiz de estos días, donde resuenan los cajones peruanos y las palabras creadas por una inabarcable partitura de sonoros acentos y bendita promiscuidad de lenguas, alguien debería acordarse de que fue la taina la primera vernácula con la que los continentales europeos, comenzamos a escuchar la voz de América. Con palabras tan certeras como poéticas, así al menos me parece llamar al amigo «mi otro corazón», al alma «el sol del pecho» y al perdón, «olvido». El tabaco les servía para empatizar, rezar a sus cemíes y aliviar sus enfermedades venéreas. Era sagrado.
Perdió ese carácter en el mismo momento que subió a la nao descubridora y se convirtió en vehículo de placer, relax y dinero. Fernando Ortiz, destacado humanista cubano de principios del siglo pasado, sostiene que fue antes un hábito de negros que de blancos y que, hasta pasado unos años, superando las prohibiciones religiosas de la Santa, se generalizó su consumo. Es curioso el caso del primer europeo que le dio por fumar en público. Entre la leyenda y el mito se mueve el suceso que protagoniza uno de aquellos marineros colombinos, Rodrigo de Jerez, ayamontino por más señas, que fue encarcelado durante años por fumar, echando humos por la boca y las narices, algo diabólico para la exigente censura religiosa de los tiempos. Cuando salió de la cárcel, el hábito ya no era pecaminoso y fumaban blancos, negros, mulatos y moriscos. Monardes llegó a creer que el humo era benefactor para las enfermedades respiratorias. Y vía Filipinas, lo llevamos hasta la China de la dinastía Ming.
Hay tabaco por un tubo para que ese museo de la Hispalense tire como los buenos cohíbas. No solo por los recursos propios que tiene la institución de su pasado industrial. También por el tino de sus responsables en elaborar un discurso expositivo capaz de encender el conocimiento y la imaginación. En estos días previos a la Semana Santa, recuerdo la foto publicada por ABC de la cigarrera Baldomera Sánchez, llevando de la mano a su nieto vestido de nazarenito en 1931. En la foto encuentro la obstinación circular del tiempo, actualizando en la Puerta Jerez, el carácter sacro que los tainos le daban al tabaco para adorar a sus dioses…
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