PÁSALO
Somos la mierda que dejamos
Es el rastro que dejamos de nuestro ocio, de esa forma de relacionarnos con los pocos paraísos que nos van quedando
«¿Para veranear es obligado dejar la huella rastreable de tus residuos?». Disculpen la forma tan directa y explícita de titular. Pero realmente somos la mierda que dejamos. La que dejamos en las playas, en los ríos, en los bosques, en las montañas. Somos la ... mierda que dejamos en la naturaleza para convertirlas, como la define Quique Bolsitas, en la «basuraleza». Es el rastro que dejamos de nuestro ocio, de esa forma de relacionarnos con los pocos paraísos que nos van quedando. La huella insondable de nuestra inexcusable mala educación ambiental y de la otra. Porque seguro que manejando un buen puñado de la otra se llega, casi sin trompicones, a la ambiental. Nunca he visto a un tipo bien pertrechado de principios dejar en mitad del bosque una ristra de latas vacías de cervezas y la correspondiente basura de la barbacoa. Nunca. Sí, en cambio, los hay que dejan su rastro de mierda como un obligado cumplimiento, como la firma de su condición, para dejar constancia que un cerdo pasó por allí. Hay más información, pedagogía e instrucciones que nunca. También hay más escarabajos peloteros con forma humana de los que podamos imaginar.
Nos quejamos, con razón, de que las ciudades están sucias, de que los ríos están intoxicados por la industrialización, de que en las montañas crece más el plástico que la planta de la manzanilla, que los bosques arden antes en la insensibilidad de los que los convierten en estercoleros que de los que le meten yesca cuando llega el verano. Todo eso es así. Pero tampoco deja de ser cierto que nos alcanzó a muchísimos la marea del residuo mierdoso. Les remito a las fiestas de la noche de San Juan. Olvidado el sentido mágico de una fiesta protohistórica, se ha convertido a la religión consumista que nos despluma, dejando las playas y las plazas donde se celebraron en potreros de estampidas de búfalos. Todo a mayor gloria del hedonismo reinante que, visto lo visto, está reñido con mantener la armonía del medio ambiente. ¿Es menos divertido una fiesta por ser más limpia? ¿Es menos noche de San Juan si uno se lleva al bidón de la basura la bolsita repleta de la basura producida por el grupo?
En el fondo se trata de eso. De que no dejes por donde pasas la huella carbónica de tu insensibilidad. La huella rastreable de la mierda que dejamos. Tenemos un verano por delante para no olvidarlo. Para entender que no forma parte de la diversión el dejar plásticos, latas y restos orgánicos por donde acampemos o nos asentemos. Que el siguiente que ocupe nuestro lugar le encantaría verlo tan limpio y virginal como nos lo encontramos. Hay playas al atardecer en nuestro litoral donde las gaviotas ocupan más espacios en la arena que los veraneantes. ¿Intuyen la razón? Claramente. Las gaviotas ejercen de Lipasam y van detrás de los residuos orgánicos que dejamos varados al lado de donde tenemos la toalla y la sombrilla. Van a picotear en la mitad de la sandía abandonada, de los trozos de pan desechados, de la ensalada de pasta olvidada en un túper a medio cerrar. Lo más paradójico del caso es que muchos de los que practican tan salvaje costumbre se declaran medioambientalistas de pleno derecho. Qué verdad es que olvidamos lo que nos conviene para no reconocer que somos la mierda que dejamos…
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