PÁSALO
Juan Luis Guerra
Volvimos a encontrarnos con un tipo que no vende crecepelos
Para anunciarnos que la carestía de la vida sigue creciendo como hace más de treinta años, utilizó un megáfono de los que enardecen las manifas callejeras más revoltosas, todo un gesto; para sentirse cerca de su Santo Domingo natal nos dijo que la noche tropical ... de Fuengirola le recordaba a las suyas de la isla antillana; para sorprendernos con su compromiso con el público y la música nos brindó dos horas de actuación vibrante, auténtica, sin falsificaciones ni conservantes, tan cristalina como la que se oye en sus discos. Y a esa hora en la que en las parrillas y terrazas de los hoteles costasoleños sonaban las voces de los vocalistas que alegran el Copertone y la Nivea del guiri achicharrado, en el espacio Marenostrum Fuengirola llovía café en el campo para que su público más fiel se lo sirviera largo y con hielo. Tiene una historia esta canción de Juan Luis Guerra que no la explicó. Pero que se la confesó en La Romana, durante una boda de ringo rango, a una conocidísima cliente del abogado Joaquín Moeckel. Esa historia no es otra que la rebeldía y el deseo, casi nunca satisfecho, de los campesinos de que las tierras del amo se gangrenen y sus cosechas se pierdan. Ojalá que llueva café. Ojalá que llueva justicia social.
Juan Luis Guerra sigue vigente y fiel a su filosofía de vida que pasa por la religión, la lealtad al merengue, las causas justas y la añoranza de una bachata en el malecón dominicano. Sigue cumpliendo años y los administra sabiamente, dejando sobre el escenario lo que se espera de su maestría, reservándose, como los futbolistas listos, en aquellos tiempos muertos del partido donde resulta incongruente desperdiciar recursos. Sus seguidores siguen siendo intergeneracionales. Desde treintañeros que eran bebés cuando triunfaba una vaquilla en el Gran Prix hasta cincuentones gozadores que no dejaron de moverse, como en una travesía marinera alegre y confiada, durante el tiempo que duró el concierto. Luego, las rodillas y las gargantas que lo dieron todo les recordarían a algunos que somos perecederos. No me resisto a subrayar un momento estelar de la magnífica banda que lo acompaña. Aquel en el que los percusionistas glorificaron los tambores, timbales y tumbadoras con un solo de contrapuntos repletos de viejas claves africanas, ya con el sabor de la guayaba endulzándolos con su criollaje.
Desde Bob Dylan a Fito Páez pasando por Rubén Blades y las cenizas mercantiles de los Jackson Five, Andalucía, mejor decir España, se está quitando los malos días de estos últimos años a base de música. La musicoterapia existe y, por lo que se ve, funciona, porque nunca antes como ahora pudimos disfrutar de una oferta tan estimable y numerosa. Parece que no hay día sin concierto de postín ni bolsillo que se encoja. Y eso que el costo de la vida sube otra vez/ el peso que baja, ya ni se ve/ y las habichuelas no se pueden comer… Pero el concierto del dominicano dejó a Fuengirola sin taxis y a los alrededores del castillo donde cantó rebosante de un público que, una vez más, volvió a encontrarse con un tipo que no vende mortadelas ni crecepelos. Vende la autenticidad de lo que hace, es él en cada canción, inyectándonos suero de colores para que no nos suba la bilirrubina…
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