OPINIÓN

Las tardes a la fresquita

Mucha suerte a la iniciativa de Algar y no solo para que la UNESCO la acepte sino, sobre todo, para que seamos capaces de mantener al menos algunas de las antiguas y buenas costumbres

En los pueblos blancos todavía quedan personas que se sientan a la fresquita para hablar de lo divino y de lo humano, de las vicisitudes del día, de las novedades del pueblo, de sus preocupaciones o alegrías cotidianas o, incluso, para comentar los chismes de ... los personajes que ahora son famosillos por exhibir sus cuitas en televisión. La realidad es que cada vez son menos los que sacan sus sillas de enea, o de plástico, a las puertas de sus casas para hablar con los vecinos y seguir así con una costumbre heredada de padres y abuelos, de cuando aún no había televisión, la prensa escrita llegaba con dificultad y nadie imaginaba que algún día habría algo llamado «internet».

El Ayuntamiento de Algar, para proteger esa práctica ancestral, ha propuesto que las «charlas al fresco» sean declaradas Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO, una feliz iniciativa que cada vez recibe más apoyos y adhesiones y es que no son pocos los pueblos en los que aún hay vecinos que continúan con la tradicional costumbre, aunque sean muchos más los que la han perdido por completo. En la larga lista de ese patrimonio de la UNESCO ya se incluye desde el flamenco hasta el toque manual de campanas, la cetrería, las tamboradas, la trashumancia o fiestas como la de los patios de Córdoba, la de los caballos de Caravaca o las Fallas de Valencia. Y es que con ese reconocimiento se trata de proteger prácticas y expresiones vivas heredadas de nuestros ancestros para seguir transmitiéndolas a las futuras generaciones. Ojalá la UNESCO incluya como patrimonio esas tardes dedicadas a conversar cara a cara, aunque de hacerlo tendría que incluirlas, ya de entrada, en aquella parte del listado patrimonial que requiere de medidas urgentes de salvaguardia, porque aun manteniéndose la costumbre no sería nada extraño que las conversaciones junto a las casapuertas llegaran a hacerse con teléfono móvil en mano. Y es que la tecnología lo ha cambiado todo; se habla de aldea global, aunque de buenas costumbres aldeanas hay bien poco.

El problema es cuando no dejan espacio a las relaciones personales directas, cuando el dispositivo móvil se incorpora como uno más en las comidas o reuniones con la familia o los amigos, cuando se entra en estado de ansiedad si lo olvidamos en casa, cuando somos incapaces de aplicar espíritu crítico a lo que leemos en las redes. En fin, no parece probable que esa deriva en el uso de las redes sociales tenga mucho remedio. Así que mucha suerte a la iniciativa de Algar y no solo para que la UNESCO la acepte sino, sobre todo, para que seamos capaces de mantener al menos algunas de las antiguas y buenas costumbres, como el arte de la conversación.

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