OPINIÓN

Europa

La Declaración Schuman, solo 5 años después del final de la guerra, ya anunciaba que Europa «no se hará de una vez ni en una obra de conjunto»

Felicidad Rodríguez

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El octogésimo aniversario del Día D ha coincidido prácticamente con las décimas elecciones que hemos celebrado los europeos este pasado domingo. Aquel 6 de junio de 1944 tuvo lugar la operación Neptuno en la que las fuerzas británicas, canadienses y norteamericanas, a las que se ... unieron soldados belgas, franceses, holandeses, checos, griegos y tantos otros que previamente habían huido de la Europa ocupada desembarcaron en las playas de Normandía. Empezaba así la liberación de Europa y la larga lucha para que la libertad y la democracia vencieran al totalitarismo que había sembrado de horror y sangre la mayor parte de nuestro viejo continente. Poco a poco los aliados fueron avanzando en la liberación de los países ocupados, aunque todavía faltarían meses hasta que se enfrentaran de cara al horror de Auschwitz-Birkenau, Belzec, Bergen-Belsen, Buchenwald, Chelmno, Dachau, Majdanek, Mauthausen-Gusen, Plaszow, Ravensbruck, Sajmiste, Sobibor, Treblinka y tantos otros campos de exterminio nazi. Unos mataderos donde millones de personas, niños, ancianos, mujeres y hombres de todas las edades, sin mediar luchas, enfrentamientos ni batallas, fueron directamente llevados en fila a ser asesinados en las cámaras de gas. Gitanos, homosexuales, disidentes del régimen y, sobre todo, millones de judíos que fueron gaseados por el simple hecho de haber nacido. Hoy se utiliza muy, demasiado, alegremente los términos de nazi o de genocidio y eso que solo han pasado 80 años desde que los ojos de los aliados, algunos todavía vivos, intentaran asimilar lo humanamente incomprensible. Tras la liberación y en muy poco tiempo, personas como Alcide de Gaspieri, Konrad Adenauer, Jean Monnet o Robert Schuman, la mayoría ligados a la democracia cristiana, lograron lo que parecía entonces casi imposible, la creación de Europa. La URSS se quedó fuera; los totalitarismos, del signo que sea, no tienen cabida en la nueva Europa. La Declaración Schuman, solo 5 años después del final de la guerra, ya anunciaba que Europa «no se hará de una vez ni en una obra de conjunto: se hará gracias a realizaciones concretas, que creen en primer lugar una solidaridad de hecho». Todavía habría que esperar algunos años para que los europeos, en 1979, votaran por primera vez a sus diputados para el Parlamento de Bruselas; los españoles un poco más tarde, en 1987. Y desde entonces, 10 elecciones europeas, 9 en nuestro caso. Las últimas las del domingo. En las elecciones anteriores, las del 2019, la participación en toda Europa fue del 50,66%; la española, del 60,73%. A falta de los datos definitivos a escala europea, los de los españoles parecen indicar que los comicios europeos despiertan menos interés que las elecciones locales, autonómicas o nacionales. Posiblemente el interesar a los españoles por Europa es también una tarea a la que se deben dedicar los nuevos eurodiputados. Y no solo porque de las decisiones de nuestros representantes en Bruselas y Estrasburgo dependan tantas cosas importantes, en sanidad, en agricultura, en pesca, en los precios de las hipotecas… sino también porque, en un mundo como el de hoy, las palabras para sustentar la paz de la Declaración Schuman no han perdido su vigencia a pesar de los 75 años transcurridos.

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