OPINIÓN

Una de cuentos

Andersen también pasó por Cádiz, allá por 1862, alojándose en el hotel de Paris de la calle San Francisco, donde hoy está el Hotel de las Cortes, dejando reflejadas sus impresiones sobre la capital gaditana en las páginas de su Viaje por España

Hoy se celebra el Día Internacional del Libro Infantil, fecha escogida por ser la del nacimiento del escritor danés Hans Christian Andersen, autor clásico de la literatura infantil, también poeta y autor teatral, a quién le debemos, por ejemplo, Pulgarcito, La sirenita, El patito feo, ... El soldadito de plomo, o cuentos que luego se transformarían en hermosas piezas de ballet como La reina de las nieves o Las zapatillas rojas. Un hombre también un tanto especial, de quien se dice siempre viajaba con una cuerda para descolgarse por la ventana en caso de producirse un incendio, o que continuamente expresaba su temor a ser envenenado. Andersen también pasó por Cádiz, allá por 1862, alojándose en el hotel de Paris de la calle San Francisco, donde hoy está el Hotel de las Cortes, dejando reflejadas sus impresiones sobre la capital gaditana en las páginas de su Viaje por España. Cádiz, aun destacando su limpieza, sus casas blancas, la Alameda y la bahía, no llamó especialmente la atención de nuestro autor; posiblemente porque, como tantos escritores de la época, buscaba por estas latitudes un exotismo inexistente. O, simplemente, porque la ciudad no era lo que esperaba un hombre de carácter algo excéntrico a quién, curiosamente, no le gustaban mucho los niños. Con todo, un hombre a quién debemos páginas inolvidables de la literatura infantil, un tipo de literatura que, según dicen los editores, es el que, junto a la juvenil, más está creciendo en ventas en nuestro país, lo que no deja de sorprender habida cuenta el bajón en comprensión lectora que refleja el último informe PISA. Un tipo de literatura que, también como otras tantas cosas, está sujeto a la censura y a lo políticamente correcto. Obras como Caperucita o La fábrica de chocolate no han pasado el filtro. Algo que, por cierto, no es nada nuevo. Hubo un momento incluso en que en algún país se prohibió el Principito por estimular demasiado la imaginación infantil, mientras que el mismo Andersen sufrió la censura de la Inglaterra de la época porque sus cuentos eran demasiado tristes; hay que reconocer que algunos lo son. Hasta Charles Dickens, completamente en contra de la modificación de los cuentos infantiles, criticó abiertamente esa censura con su versión políticamente correcta de La cenicienta. En nuestros tiempos, cuando hay que tener tanto cuidado en lo que se dice, en como se dice y, sobre todo, en cómo se interpretará cualquier cosa que se diga, la autocensura se adelanta por lo que pudiera pasar. En la misma línea de Dickens, pero ya en nuestra época, James Garner adaptó los cuentos clásicos, eximiendo de la culpa a sus autores porque como bien señala «en la farisaica Copenhague de Andersen apenas cabía esperar simpatía alguna por los derechos inalienables de toda sirena». Y añade que, como algo se le podría haber pasado, espera sugerencias para rectificar posibles «muestras inadvertidas de actitudes sexistas, racistas, culturalistas, nacionalistas, regionalistas, intelectualistas, socioeconómicas, etnocéntricas, falocéntricas, heteropatriarcales o discriminatorias por cuestiones de edad, aspecto, capacidad física, tamaño, especie u otras no mencionadas». Tanto esfuerzo para que después PISA nos suspenda por no enterarnos de nada.

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