trampantojos
Los sueños de Míster Marshall
Las hojas caducas del ruidoso árbol electoral han sido barridas por un viento silencioso
El día de reflexión tiene siempre algo de irreal. Una luz lechosa, como salida de un cuadro de Carmen Laffón, difumina el contorno de las cosas. Las calles son un paisaje extraño. Hay una calma inusual, inquietante. Los discursos se han remansado. Ya no se ... oyen, al menos de forma pública, diatribas contra los oponentes ni ditirambos ensalzando a los chamanes del clan. Las hojas caducas del ruidoso árbol electoral han sido barridas por un viento silencioso. El votante siente un desasosiego interior que lo empuja a querer acostarse temprano, como un niño la víspera de Reyes. Mañana es un día importante y conviene estar descansado para celebrar la victoria, segura, de los nuestros.
Cae la noche en un pueblo cualquiera. Como en todos los rincones de España este lugar está lleno de electores ilusionados. Alguno habrá, incluso, que antes de cerrar los ojos deposite un beso devoto en la sonriente fotografía del programa electoral que guarda, como una estampa sagrada, en el primer cajón de la mesita de noche. Y vendrán los dulces sueños. Los cielos se llenarán de aviones lanzando regalos como aquel del sueño de Juan, el campesino de la película de Berlanga ‘¡Bienvenido, Míster Marshall!’, que arrojaba un tractor imponente. Enhorabuena, Juan, le decía la voz en off de Fernando Rey.
En el dúctil terreno de las quimeras oníricas se pueden colmar todas las aspiraciones ciudadanas hábilmente estimuladas por las arengas políticas. Una pareja de bueyes, veinte sacos de abono para las patatas, un clarinete, una máquina de coser y hasta una bicicleta de carreras, ¡pero con timbre!, como la que ansiaba aquel vecino de Villar del Río.
Sí, todo es posible en esta noche tómbola. Mañana tal vez los sueños se desvanezcan. Y el lunes los coches oficiales puede que vuelvan a pasar de largo, como aquellos americanos de la película, dejando en el ambiente un acre olor a gasoil y promesas incumplidas. Mañana, quizás, sólo nos quede el mínimo consuelo de un eco calderoniano recordándonos que el vivir sólo es soñar.
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