OPINIÓN
Ya se van los pastores
Se volvieron para su majada al ver llegar las tormentas en la campaña y, de seguida, ellas se han venido corriendo a comer fresas en campaña
Mi madre no nació en Castilla a causa de los destinos de su padre que era carabinero así que, ella y sus hermanos, según iba ascendiendo el abuelo en su carrera, nacieron cada uno en una ciudad distinta. Mi abuelo era zamorano y mi abuela burgalesa, ambos de larga ascendencia castellana, por lo que mi madre sintió muy dentro de sí lo que Castilla guarda en sus esencias.
La infancia que correspondió a los de mi generación cerró una forma de crianza, ni más buena ni más mala que la actual, pero más apegada a los años precedentes. Repasaba el otro día en YouTube aquellas viejas canciones castellanas con las que mi madre nos entretenía las tardes de lluvia cuando no podíamos salir a la calle para jugar, cuando no existía tele y la radio era para «mayores» con lo del parte, las novelas, algún concurso, los toros o el fútbol.
Escuchar canciones como «Madrugaba el Conde Olinos» o «Ya se van los pastores», además de buenísimas sensaciones y algunas lagrimillas, me han traído al presente aquellas tardes de penumbrosa luz en las que mi madre nos las cantaba a mis hermanos y a mí.
¿Y por qué traigo a cuentas este cuento? Porque en esta otra guerra con la que se creen que nos tienen entretenidos Sánchez y los suyos resulta que, después de ponernos en ridículo con esas artes de niño rencoroso que va a chivarse de lo que pasa en clase, se pusieron fervorosamente al lado de unos parlamentarios de un Estado miembro de otro país de la UE, (que no de eurodiputados), y que se habían nombrado a sí mismos tal que una suerte de inspectores para inmiscuirse en nuestro territorio nacional por lo de las fresas de Huelva. Imagínense que nosotros, motu proprio, les hubiéramos mandado nuestros diputados o senadores a su país para inspeccionar por qué siguen quemando carbón o por qué sacaron al mercado coches contaminantes.
Pero las cosas no salen como se piensa y, llegados a Madrid, viendo estos electos el percal y tantos arrebatos de oportunismo ecologista de Sánchez y los suyos, tanto encono y tanta mala vibra, se fueron. Como aquellos pastores. Supongo que, viéndose adónde podría llegar la cosa, desinflaron las maniobras de este niño soplón, aunque después de habérsenos servido durante estos días ese amargo acíbar de haberse llamado al profe para que nos castigara y, encima, a un profe que quema carbón.
Todos somos conscientes de la singularidad que supone Doñana, pero también para esta Comunidad sí que deberíamos tener un especial reconocimiento por ser con holgura la que más miles de hectáreas de espacios naturales tiene protegidos en España, incluyendo en su inventario esas dehesas donde aún pastan las reses de lidia.
Y tú, Estado, ¿qué papel juegas en esto? Porque tú, bastante tiempo antes de esa trágica guerra civil que con tanto empeño reavivas, ya tenías en tus manos las Confederaciones Hidrográficas y sus Comisarías de Aguas con sus funciones de inspección y corrección para velar y evitar todos los presuntos desmanes y cuidar las aguas continentales.
Claro, antes había obras hidráulicas, y proyectos, y estudios, pero ahora ni se ven ni se esperan. Más bien parece que se van abandonando en vez de favorecer el entendimiento entre naturaleza y progreso. Las cosas del agua son tan serias que no son para un gobierno de promesas semanales y ocurrencias instantáneas. Las cosas del agua son para una auténtica política de Estado más allá de la inmediatez de quien hoy ocupe el gobierno, porque las proyectan unos y las acaban otros. Y eso no lo entienden los de las promesas semanales, ni lo quieren entender. Porque se sale de la tómbola. Y eso no es serio. Así que los pastores se volvieron para su majada al ver llegar las tormentas en la campaña y, de seguida, ellas se han venido corriendo a comer fresas en campaña.