OPINIÓN
Transparencia
Se habla mucho de las democracias consolidadas como un runrún más para establecer una base fija de cómo tienen que ser las democracias, pero no todas son iguales
El debut de la ministra Alegría como portavoz del gobierno no ha dejado de ser singular y no sólo porque, abajando su apellido al mero sustantivo, se constituya realmente como la alegría del gobierno cuando salga en las pantallas de nuestros televisores para comunicarnos algo ... de su interés. Es curioso, pero yo creo recordar que las portavoces que ha tenido Sánchez en sus distintos gabinetes paréceme recordar que han sido siempre señoras, como encomendándoles algo a ellas que ningún varón de los suyos sería capaz de comunicar, cosa que da que pensar, ¿no?, y así hemos visto pasar por este cargo a Dª Isabel Celaá, a Dª Mª Jesús Montero, a Dª Isabel Rodríguez o, ahora, a Dª Pilar.
Nuestra Real Academia de la Lengua, que parece que ha metido el turbo en eso de incorporar al viejo idioma español palabras recién construidas en estos poquísimos últimos años, no sé por qué no se ha atrevido a incluir el de «portavoza» tal como defendía la otrora ministra Montero y hoy ex ministra Montero, gustosa también de emplear la voz machirulo que sí parece que ha tenido más suerte y sí ha encontrado espacio en el Diccionario, aunque aún los correctores de la informática, hasta hoy, lo punteen por abajo en rojo.
Su estreno, el de la portavoz no el del diccionario, ha sido espectacular cuando, sabiendo y conociendo como se las gasta este gobierno en cuestiones de claridad y sinceridad, se nos ha despachado de entrada con eso de que tenemos que creerla porque el gobierno de quien porta la voz es un gobierno de completa transparencia. Y, claro, así no se empieza bien, siendo conscientes los españoles de aquí y de acullá, y hasta los extranjeros del mundo mundial que, si por algo se ha definido este gobierno desde sus inicios, y con toda suerte de ministros y ministras que han ido formando parte del mismo, es que las cosas han sido más de «donde dije Diego» que de otra cosa.
No todo es comparable, claro, aunque las comparaciones siempre han sido una fuente aceptable para poder comprender las cosas y puedan llegar a determinar con su conocimiento la eficacia de lo que se va buscando. Sirven para mirarlas y ver cómo se hacen esas cosas en un sitio o en otro, o por unos y por otros, qué cosas se hacen por ahí y aquí no, como para poder ir armando un argumentario de aproximaciones a la verdad.
Se habla mucho de las democracias consolidadas como un runrún más para establecer una base fija de cómo tienen que ser las democracias, pero no todas son iguales. Un poner, en los Estados Unidos de América se venden armas de aquella manera y así tienen la tragedia de cifras de asesinatos y muertes violentas que llegan a colacionar al cabo de cada año. Algo escandaloso. Nosotros, no, pero, ay, allí no perdonan la mentira en un político, así que el que miente, a la calle.
Entramos pues en ese clima de transparencia auspiciado por la alegría del gobierno con muchas dudas y tribulaciones porque nos están queriendo acostumbrar a que creamos lo contrario de los que los políticos dicen y, así, si no va a haber amnistía, es que va a haberla, y metida a toda prisa en el Congreso. O si no va a haber referéndum, veremos qué se inventan para que la cosa salga. Y si no va a haber investigación sobre los jueces que, dicho quede porque estas cosas se olvidan o se camuflan, lo que han venido haciendo es instruir causas, juzgar y dictar sentencias con las democráticas leyes que los democráticos diputados y senadores han confeccionado durante todos estos cuarenta y pico democráticos años, pues, hala, puede que haya comisiones.
¿Transparencia cuando la presidenta de las Cortes dice que la política hay que hacerla en el parlamento y el gobierno sigue haciendo sus componendas en el extranjero y auditado por unos desconocidos? Vamos, anda.
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