OPINIÓN
El tahúr del Mississipi
Por los 70 lo hizo famoso Alfonso Guerra refiriéndose al presidente Suárez. Hoy renace de sus cenizas en la figura del imprevisible presidente Trump
Me viene a la memoria una serie que se pasó por televisión, años ha, de título «El Virginiano», y en la que, entre sus personajes, figuraba uno llamado «Trampas». Los americanos, con su potente cinematografía del Western, durante más de un siglo han ido infiltrando ... en nuestras costumbres europeas más sosegadas una ristra de personalidades dejando huella. El bueno y el malo; la enamorada y el enamorado; indios quemando granjas de colonos o soldados quemando campamentos indios; y, sobre todo, el Saloon, siempre presente en sus películas.
Hay cosas de ese cine que yo nunca he llegado a entender, por ejemplo, que los americanos se empeñen en vadear los ríos empapándose botas y pantalones cuando lo más natural y sensato sería cruzarlos dando saltos de una piedra a otra para no mojarse. O, como les digo, todos esos salones, paradigma del «dolce far niente», donde muchísimos más individuos de los que pudieran vivir en aquellos pequeños villorrios sin apenas casas, se pasan la película en esas salas de fiestas con pianista, balé y cantante incluida. Y la mesa de juego.
Cuánto costaría un güisqui entonces, cuánto ganaban y qué capacidad de gasto tan enorme tendrían como para tener lleno el local siempre con chicas, el tío del puro o un sheriff desmotivado que nos llevarían a otro estudio, me pregunto. Pero siempre había una mesa de juego y, en ella, jugadores con interminables apuestas. Voy con 50. Doblo a 100. Que sean 1.000. Siempre la mesa.
Y a esto juega el personaje, con la tranquilidad del mundo, con apuesta sobre apuesta. O sea, dice el tahúr, abro con 34. Y contesta China, los veo y subo a 140. Y acaba Trampas, digo Trump, mandando al centro todo el dinero.
En fin, un disparate que nos está involucrando en un panorama económico impredecible, en la inestabilidad de un sistema hasta ahora supuestamente pacífico o en el deterioro de unas relaciones que hasta pueden llevarnos a una III Guerra Mundial. Yo defiendo los aranceles, sí, pero que sean los que se pongan para las largas corbatas, los más largos abrigos o el tinte y laca del pelo que gusta lucir este nuevo tahúr del Mississippi al entrar a rodar en el «Saloon».
Pero como los que me dicen que leen mis columnas tienen más o menos mi edad y a los más jóvenes se les puede contar, les hablaré de aquella serie americana de TV que se llamaba «El Virginiano» en la que, más allá de aventuras y desventuras, uno de sus principales protagonistas era «Trampas».
Ahora los norteamericanos nos han traído a Trump, miren por dónde, el rey de los aranceles, que ha cogido la Casa Blanca como si fueran unos grandes almacenes y se viene dedicando un día sí, y el otro también, a cambiar precios aquí y allí. Hoy a los chinos les pido esto y mañana a los europeos aquello y eso es lo que hay, así que si se quiere vender en USA, a saber, cuál pueda ser el peaje de la quincena.
Dicen los entendidos que este Trump, no el Trampas del Virginiano, es un negociante, que golpea y amaga hasta conseguir lo que estima un precio adecuado a sus fines. Pues allá él y sus gobernados que se van a quedar sin las preciosas cosas que se hacen por todos los otros lugares del mundo o que les va a costar infinitivamente más caras.
Europa somos más de 700 millones de habitantes, productores y consumidores, y en USA no llegan ni a la mitad. Después de hacérnoslo pasar a los demás mal, ¿quién va a ganar con esta absurda guerra?
Hablando de cosas económicas queda lo que para mí en este caso pueda ser subyacente, me explico, todas esas franquicias que aquí nos dan de beber refrescos de cola o cervezas, que nos venden hamburguesas o perritos calientes, (con lo bueno que está un pepito de ternera…), gafas que molan, teléfonos guay o motos que hacen ruido, porque aquí, comprar coches americanos, como tal, no los compramos, aunque compremos marcas americanas que fabrican en Europa.
En fin, que este Trump Trampas nos está metiendo en un lío en el que todos vamos a sufrir mucho, ellos y nosotros. Adiós a los coches europeos en sus calles, adiós a los buenos vinos, a una zapatería elegante que al fin y al cabo a ellos les va las botas de montar o al buen jamón. Que se coman su pollo frito. Y adiós a una potente industria como la nuestra. Y hasta a unas deseadas y deseables vacaciones.
Aún tengo en la retina el singular sombrero anti-besos que Mrs. Trump eligió para el día de estreno y que tan bien lucía, discreto remedo por cierto del genuino sombrero de ala ancha hispano, como tan genuinamente hispanos son sus rodeos o sus zahones.
En fin, no sé cómo controlará la UE en cada uno de nuestros países todas esas firmas subyacentes con las que aquí nos refrescamos, picoteamos, nos comunicamos o circulamos, o nos traen a casa lo comprado en Internet, pero son tantos los funcionarios que hay en Bruselas, y cobran tan bien que seguro se les ocurrirá algo entretenido dentro de esta calamidad.