OPINIÓN
Si ellos tienen uno...
La democracia se basa fundamentalmente, en principios tan importantes como los de la soberanía popular, la dignidad individual de la persona y la división de poderes
Con la performance de Sánchez se me han agitado las neuronas recordándome tantas manifestaciones que de esta guisa se han venido dando por el planeta desde que el mundo es mundo y que son de lo más natural e inherente, particularmente en las poblaciones menos ... libres.
Traigo a colación el título de hoy porque, por fortuna para todos, aunque queden jóvenes y menos jóvenes que se hartan de hablar del franquismo sin saber quién fue Franco ni cómo fueron sus gobiernos ni el desarrollo político que su dictadura fue enfilando, invocan frívolamente lo del fascismo como si lo sufrieran en plenitud cuando no han visto un fascista en su vida si no fuere en el cine u oyéndoselo a sus profesores en el insti.
En la Europa de entreguerras surgió un fascismo de dos vertientes. Uno auspiciado por los comunistas rusos que prolongaron durante años cogiéndose todo lo que pudieron invadir, entiéndase, Lituania, Estonia, Letonia, Ucrania, Checa o Eslovaquia, Polonia, Hungría, Rumanía, Bulgaria, Albania, Yugoslavia o la Alemania del Este. Y, además, todas esas repúblicas de complicada pronunciación que entonces formaban la URSS, donde la libertad empezaba por acabar en sí misma y terminaba en la fría Siberia. El otro, prácticamente a este lado del río Oder y al sudeste de los Alpes que, inventado por los italianos, acrecentaron los alemanes y, con sus peculiaridades, se sostuvo en Portugal, Francia o España. Lo nuestro duró más, que ya lo decía Joaquín Garrigues, que Hitler o Mussolini acabaron de manera violenta pero Franco murió en la cama y de provecta edad. A Petain lo quitaron los aliados y, a Salazar, la caída del imperio ultramarino portugués.
Claro que han existido y aún existen regímenes dictatoriales de izquierdas o derechas como seguimos viendo en África, América o Asia, aunque ahora se les llame regímenes personalistas, pero no dejan de ser como fueron los otros y hasta peor, pese a que el imaginario político de izquierdas sólo los vea en aquellos países donde gobierna le derecha.
Esbozada esta minúscula pincelada, parece que las cosas persisten en su constancia porque, a lo visto, sí que sigue siendo útil como herramienta lo del caudillismo que tanto gusta a los de brazo en alto, sea con puño cerrado por la izquierda, sea de brazo en alto por la derecha, porque buscan de sus seguidores en momentos delicados, (antes se decía que de la nación pero siempre se ha sospechado que los han sido por la del jefe), una adhesión sin límites, una uniformidad en el predicamento político y, sobre todo, un apagón de la crítica libre.
La democracia se basa fundamentalmente, en principios tan importantes como los de la soberanía popular, la dignidad individual de la persona y la división de poderes. Y, en campaña bien que se defiende y se proclama este último casi como un mantra sin el que nada se puede hacer. Pero es que, aún más, y al menos en este país nuestro desde el 26 de octubre de 1811, convive otro poder que no está en esta terna pero que sin el mismo no se podría entender la democracia. Un principio dizque por todos admitido y a ultranza defendido cual es la libertad de imprenta y de opinión. Desde Gutenberg a Marconi, pasando por Baird o por la digitalización de las nuevas tecnologías de la comunicación.
Pero los hábitos son tan constantes como las aguas que vuelven a sus cauces y por eso me ha venido a la memoria lo que pasó en 1946 cuando España no fue admitida en las Naciones Unidas, - «UNO», según sus siglas en inglés-, cuando el aparato del movimiento nacional llenó también Madrid y su Plaza de Oriente con miles de enfervorizados españoles que coreaban frente a su Caudillo que «si ellos tienen UNO, nosotros tenemos dos».
Y es que, en España, la política, se entiende más agitando emociones que razones.