OPINIÓN
De separatismos y cismas
Las rivalidades nuestras son exacerbadas. Si eres de un equipo no puedes ser de otro y si te vistes en Semana Santa de penitente tu cofradía será la mejor
Está visto que a los españoles nos va lo del separatismo. Quizás sea eso que se nos achaca del individualismo, que cada uno somos nuestro propio reino y, por supuesto, nuestro yo, pues es de largo consabido eso que tanto oímos cuando alguien te espeta ... lo de que, «ésta es mi verdad».
Las rivalidades nuestras son exacerbadas. Si eres de un equipo no puedes ser de otro y si te vistes en Semana Santa de penitente tu cofradía será la mejor. En separatismos somos los ases. Si nos ciñéramos sólo al siglo de formación de las naciones, aquella unidad fraternal de ambos hemisferios nos explotó en las manos nada más declarar que queríamos ser nación y, por el camino de la gatera, se nos fueron los territorios de ultramar conformando sus propios estados que, también, conviene recordar, se pelearon entre ellos y fueron teniendo en su seno más amotinamientos y revoluciones.
Es probable que esa impronta nos la dejaran los musulmanes quienes, ante una Hispania visigoda heredera de Roma, ya venían con vocación de escisión desde el Damasco califal para crear un nuevo califato en a Córdoba, desgajándose sucesivamente en tantas taifas independientes.
Y más a más. Esa cosita que, especialmente durante el romanticismo, les dio a catalanes y adláteres por hacerse con sus propios estados aprovechando que la España de entonces se peleaba entre dos aspirantes a Reyes y ellos apostaron por el Austria absolutista en vez de por el absolutista Borbón, es un trampantojo. Y encima perdieron. Trampantojo que a todos nos tiene aburridos porque la verdad es que, ya en 1162, Don Alfonso II de Aragón, hijo del Conde Ramón Berenguer IV y de Doña Petronila, Reina de Aragón, quien por cierto creo que descansa enterrada precisamente en la Catedral de Barcelona, por legítima herencia, reunió bajo su cetro a aragoneses y catalanes. ¡Qué curioso que la reunión de las Españas se hiciera tres siglos más tarde por la vía matrimonial de dos primos de la Casa de Trastámara!
También tuvimos nosotros nuestro Papa separatista cuando el Cardenal aragonés Pedro Martínez de Luna se erigió como Sumo Pontífice, el Papa Luna, y se instaló en el castillo templario de Peñíscola desde donde gobernaba su iglesia bajo el nombre de Benedicto XIII. Ya ven, muy suyo y también muy propio: 'a sus trece'.
Como no hace tanto tiempo, en los 70, la fundación de otra iglesia igualmente cismática en el Palmar de Troya dotándola de innumerables riquezas obtenidas de sus seguidores desde los más recónditos lugares, que canonizaba más a diestra que a siniestra y de la que me queda el recuerdo, cuando yo vivía en Sevilla, de aquellas furgonetas llenas de obispos saliendo de la calle Redes.
Y 'café para todos' conformando en 1978 el Estado de las autonomías con las mejores de las intenciones, sí, pero como para poder crear un espacio común para todos pacífico que ha acabado ahora en lo de este gobierno bicéfalo en el que cada cuota va por un lado sin que pase nada.
Traigo a colación esto por la pena y hasta el dolor que me vienen produciendo esas pobres monjitas clarisas, probablemente empujadas las mayores por las más jóvenes, que están pasando de la clausura al más grosero de los exhibicionismos no sé si por razones de peso ideológico o de peso económico, pero que ahí las tienen, en el informativo de cada día y en cualquier tertulia de radio que se precie o en las páginas de los tabloides más o menos amarillos; encadenadas a un estrafalario personaje que se arroga no sé cuántos títulos episcopales e imperiales, doncella y mayordomo, y que les confieso, con el ruego de que me disculpen los protagonistas, que cada vez que lo veo en la tele con su andar y su mirar, a mí me recuerda más a un ministro de nuestro gobierno que a un verdadero eclesiástico de los de hoy.