Sedición y malversación
La cuestión no es cómo se llame o se deje de llamar aquí y allá. Es qué se hace con los españoles que atacan la patria y cómo se deben reprimir esas conductas
El debate político teledirigido desde la izquierda tiende a crear confusión en la sociedad con su palabrería. Resulta que ahora lo de la sedición del código penal socialista de Felipe González suena fatal y, principalmente, a los que presuntamente lo transgredan, así que el eufemismo ... es una de las mejores capacidades con las que nuestros gobernantes y tantos creadores de opinión, tertulianos de ocasión o agradecidas empresas de la información, están colaborando a que el cambio de una palabra por otra nos haga entrar en una categorización moral de distinta enjundia.
La cuestión que centra realmente estas conductas de rompimiento de la unidad nacional o de la honradez en el uso de los caudales públicos, ha llegado a formar un clima de opinión en el que, si aquí en España se le llama sedición o malversación, se busca una palabra nueva para camuflar y, de paso, se reducen las penas que han de aplicarse en su caso.
Realmente no es tanto en cómo se llaman estas circunstancias en cualquier otro país, sino qué condena por hechos similares se aplica en ese otro país y cómo, en virtud de la reinserción social, se castiga a este tipo de delincuentes de lesionar a la patria o de reconducir los dineros públicos en su favor o a favor de asociaciones afines o, simplemente, por un desastre de profesionalidad porque, si se consideran por la Justicia reprobables por acción u omisión, deben ser corregidos con las medidas que los legisladores ponen en manos de los tribunales en un Estado autoproclamado de Derecho, esto es, sometido al imperio de la Ley.
La cuestión no es cómo se llame o se deje de llamar aquí y allá. Es qué se hace con los españoles que atacan la patria y cómo se deben reprimir esas conductas para que no se intenten volver a hacer y, en su caso, para que no se nos pretenda hurtar a todos los demás un territorio históricamente común, póngasele el nombre que se le ponga y encajándolo con precisión en el Código Penal, así se llamen sedición, rebelión o desorden público agravado, que ya hay que ser descarados buscando nombres como si se tratara de ponérselo a un producto que hubiera de lanzarse al mercado.
Espejos donde mirarse tienen por todos lados y no vale hacer trampas con aquello de que la sedición no existe allí o allá. Todas las sociedades democráticas tienen un artículo que advierte a los que quieren romper la patria, o a quienes se niegan a acatar las sentencias, que se les va a reprender y se les va a castigar por atacar la convivencia nacional. Desde muchos años, hasta la cadena perpetua en naciones no tan lejanas a la nuestra e, incluso, hasta con la pena capital en otras que, si bien no están tan próximas geográficamente a España, sí que lo están al ideario político de algunos de nuestros gobernantes
Al final todo es lo mismo, ¿a cómo ponemos el precio del kilo de honradez de los políticos? Porque esto de cambiar las reglas a mitad del partido no es serio, máxime cuando en los albores de su oficio gubernamental nos dijeron a los españoles todo lo contrario que ahora, cuando están situados en el sillón y queriéndolo mantener a toda costa, tratan de confundirnos con sus clamorosas y solemnes afirmaciones.
Aquí no vale ya aquello de la mujer del César, no. Cuanto más alto se haya llegado, más baja puede uno arrastrar la honra y hasta meter la zorra en el gallinero si hace falta con tal de mantener el poder. Se ha tirado a la baja el precio de la honradez política y se disfrazan promesas y proclamas en ambiguas manifestaciones. La cosa no va de nombres ni de palabrería, ni por supuesto de oportunismos y resultados de pactos, sino del valor de la virtud cívica y de la responsabilidad con un pueblo y con una historia.