Opinión

Rey sin retorno

El Rey padre tiene derecho a pasar sus últimos años entre nosotros, en la patria que creció con su reinado, porque ya ha echado España al exilio a demasiada gente demasiadas veces

Hace unos días me pasaron al móvil una ilustrativa viñeta en la que se veía al Rey padre sentado en una terraza de aspecto árabe hablando por teléfono con alguien. En el bocadillo que el autor del chiste atribuía a sus palabras, se leía «¿Puigdemont ... puede volver a casa y yo no?». Como tantas tiras cómicas de nuestra prensa la de ese día fue todo un artículo de opinión.

En el imperio romano se aplicaba una ley injusta traída de la crueldad de los pueblos antiguos, la «damnatio memoriae», el ostracismo total, el olvido pleno del que fue pero que ya no debe estar entre los suyos, ni siquiera en el recuerdo, como si el sujeto al que se le aplicara tal baldón ni tan siquiera hubiese existido. Muy duro para esa persona y para su gente. Y eso ni era justo entonces ni menos puede serlo ahora en estos tiempos de derechos humanos y defensa de las personas.

Al Rey padre se le han achacado muchas cosas, aunque muchas de ellas también van viajando en las mochilas de otros. Cosas que los más cursis llaman del corazón las han tenido algunos próceres en distintas ocasiones y él, a lo que se dice, no eligió bien algunas compañías, pero eso no le hurta el derecho de vivir aquí. O que no haya acabado empobrecido, no sé, pero ¿quién conoce a algún político de nivel con necesidades tras su paso por la política? No veo yo a ningún alto cargo formando en las colas del hambre, ni contrayendo préstamos o hipotecas, ni surtiéndose de las ayudas de Cáritas o de cualquier otra ONG. Más bien con una buena pensión cuando no cobrando de alguna atractiva situación producto de las puertas giratorias.

Don Juan Carlos debe y puede volver a vivir en España, por lo que de bueno hizo para todos los españoles o que dirigió para que así se hiciera. O, si quieren, porque impidió que se pudiera hacer algo malo que nos volviera a encerrarnos en un sórdido baúl de los recuerdos. Y eso está ahí, en su haber, no para tenerle arrinconado en un país extraño lejos de la patria y de su sangre porque a algunos les convenga y porque ya le hayan sentenciado públicamente.

El Rey padre tiene derecho a pasar sus últimos años entre nosotros, en la patria que creció con su reinado, porque ya ha echado España al exilio a demasiada gente demasiadas veces. Merece vivir aquí también, enfrentándose a sus problemas, sí, en la discreción del retiro, si quieren, pero viendo crecer a su familia, pasando el tiempo con sus amigos o rumiando su vida en esta España que impulsó. Ver llegar su ocaso en casa, en la tierra a la que su familia le envió para que llegara a ser Rey, padre de Rey y abuelo de Princesa de Asturias, aunque ya no goce del cariño de parte de los suyos porque así se le plantearan las cosas. Que cuando llegue la fatídica hora, lo más tarde y bien que para él pueda llegar, le pueda coger aquí.

Sin embargo, Puigdemont sí que piensa que va a volver. Y quien se lo quiere permitir lo ha hecho arreglándolo hasta con lo que debía administrarnos para conseguir que le diera sus votos. Y hasta puede que lo consiga. En las democracias consolidadas los políticos que quieren acceder al poder se enfrentan a sus votantes con lo suyo, con su dinero o el de su partido. Aquí, al cerrarse la cuenta final de la campaña, también se han cerrado otras cuentas, ya ven.

Pienso en él como el Rey padre para distinguirle del Rey Don Felipe, aunque por derecho lleve el título de Rey sin más. Y porque las monarquías tienen a su favor la familia en las dinastías. Si otros se empeñan en seguir llamándole 'el emérito' que sepan quienes así lo dicen que, incluso algunos sin quererlo, le están reconociendo más los méritos que los deméritos. Y los que le llaman ciudadano Borbón, ¿por qué no quieren que este ciudadano vuelva a casa?

Del pacto PSOE y Junts, ya habrá otro día.

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