La nueva leyenda negra
Se ha creado un nebuloso estado de bienestar que traducido resulta estado de buen estar. De que no nos den la lata los problemas, de que todo vale, de que nada es malo
Elvira Roca, Premio 1812, es autora de indudable prestigio y fortuna. Le he perdido la pista en cuanto al número de ediciones de sus obras, es incansable. pero es defensora acérrima de la verdad de la Hispanidad, sin falsos ni cínicos rubores. Y estudiosa de todas esas oscuras jugadas que se nos ha ido haciendo en los últimos siglos, muchas por 'fuego amigo', y que han dado pie a todas esas antipáticas fábulas que gustan de contar sobre nosotros, nuestra historia y nuestra posición en el Mundo.
Zapatero bajó a España de nivel y, por mucho que en su día quisiera Rajoy alzarlo, poco logró hacer después. Y, a lo visto, poco consiguió también de los españoles para que lo hiciéramos.
Desde aquel estatuto catalán que el presidente socialista prometió aprobar como llegase hasta estos tiempos inciertos de un gobierno en funciones rayano en la tragicomedia, no sólo no hemos adelantado nada, sino que vamos retrocediendo día por día para desconsuelo de al menos la mitad de los españoles y regocijo de unos cuantos que quieren ver a España disminuida y mortecina.
Se dice que tenemos una crisis importantísima de nacimientos, y es cierto. No sé si somos ya récord mundial, pero, si no lo somos aún, nos faltan tres minutos. Sin embargo, sufrimos una inflación legislativa ideológica con demasiadas grietas para quienes quedamos en este país ya en riesgo de despoblación. No nacen niños, cierto, pero es que encima mueren valores, principios, sentido de pueblo, de género, de símbolos, de ética, de solidaridad.
Se ha creado un nebuloso estado de bienestar que traducido resulta estado de buen estar. De que no nos den la lata los problemas, de que todo vale, de que nada es malo, de que para qué sacrificarse si se puede coger algo, de que eso a mí no me pertenece, de que oyes una encuesta por la calle tomada por la televisión y te quedas patidifuso oyendo las respuestas de tantos jóvenes en supuesta edad de estudio. O de que, si antes robaban los otros, por qué no van a robar ahora los nuestros. O de que la gente ha estado feliz en la playa hasta ahora porque no llovía, pero a nadie le ha alarmado que no hubiera agua para riegos, ni embalses para aguas, ni trasvases entre cuencas. Que no haya fruta ni cereales, ni olivas, ni pastos. Y así no se hace un país, así se destruye un país.
Estos trágicos días, abierta aún la herida de una Ucrania destrozada y reventada por los rusos, con la enorme cantidad de dinero gastado en ayuda militar y el consecuente vaciado de polvorines, no ya una nación contra otra sino un grupo de terroristas contra una nación ha puesto en jaque a toda la población civil de Gaza asesinando a no sé cuántas criaturas en Israel o llevándoselas como rehenes al otro lado de la franja. Y ahora dos pueblos se ven enfrentados como en las guerras antiguas, como cuando las hordas entraban a fuego y cuchillo asolando y abrasándolo todo. Y asediando. Da pena ver que no se haya salido aún de tanta antigüedad mientras este mundo en el que vivimos nosotros se lo pasa pipa riéndose con los memes de las redes sociales o frivolizando con la inteligencia artificial.
España desbaratándose. Y el mundo rico y potente de las democracias occidentales viendo crecer argumentos para una nueva leyenda negra de una España que tiene un gobierno con una parte que dice que condena el horror de esta tragedia y la otra que condena al atacado. Y nadie dimite ni nadie es cesado, por muchas baladronadas del ministro de exteriores diciendo que la palabra la tienen su jefe y él. ¿Quién cree ya a esta gente? ¿Quién va a creer a España? Maldito encono que nos lleva a devorarnos en la negritud de la leyenda.
«Llueve, detrás de los cristales llueve y llueve». Ojalá que estas aguas se tornen mansas para aclarar tanta oscuridad.
