OPINIÓN
Si necesitan más recursos, que los pidan
El pueblo se ganó la ayuda del pueblo, de uniforme o sin él, que, dentro de sus posibilidades, se la sigue dando sin pedir ni preguntar nada, sin mezquindades y con clara liberalidad
Entre las cosas que se están diciendo y repitiendo por los trágicos acontecimientos de la brutal riada del Levante, tan violenta por Valencia como por las zonas de Albacete o nuestra Andalucía, la más malhadada, la más fría y calculadora, es la desafortunada frase atribuida ... al presidente del gobierno.
No puede darse menor empatía que con la verbalización de esas 33 letras. ¡Ay, ese maldito «si» condicional, en qué mal momento surgió! Cuando la muerte, la angustia, el desconcierto y el sufrimiento eran los cuatro puntos cardinales de este dolor.
Los españoles, por más votantes que logre o por más votos que le aporten sus aliados, han debido quedarse esmorecidos ante esta expresión venida desde quien está llamado a atender la gente en una catástrofe así. Toda esa humanidad sufriente por ese aluvión que, durante un tiempo interminable, vio arrastrar vidas, coches, casas, carreteras, árboles o animales engullidos por sus lodosas y oscuras aguas. Por donde se fueron tantos empeños de personas que hoy no tienen nada, que han perdido todo.
No sé quiénes son sus asesores, si están preparados o si no van más allá de construir frases para que a diario repitan ministros y portavoces. No lo puedo entender, no llegan a mis entretelas los caminos tortuosos de su pensamiento. ¿Cómo se puede decir ante tamaño desastre que si «necesitan» ayuda que la pidan? ¿Por dónde van esas entrañas?
En la mayor zona afectada están trabajando sin descanso vecinos y gente de otros pueblos tratando de limpiar cuanto antes calles, viviendas o locales mientras buscan afanosos a los seres desaparecidos aún sin localizar Son terribles historias de dolor y tragedia que hoy han buscado amparo en otra frase totalmente contraria y opuesta a la del presidente: «el pueblo salva al pueblo».
Pero maticemos. La gente se está ayudando una a otra. Y hasta han estado yendo, y aún continúan, brigadas de voluntarios dispuestos desde la civilidad, desde el más cálido y sincero sentido de vecindad. Ellos arrastran el lodo a las alcantarillas, despejan las casas de muebles y enseres destrozados, reparten alimentos o el agua, esa preciada hermana agua la cual es muy útil, y humilde y preciosa y casta, como decía el Santo de Asís. Sacan de sus viviendas a quienes no pueden salir de ellas por sus medios y buscan personas que no se sabe qué pasó con ellas, sí, pero también son pueblo los servidores públicos que, mejor o peor organizados, aunque no alcancen las mayores cotas de visibilidad de las grandes cadenas televisivas, están ahí desde el primer día y accediendo al Km 0 gradualmente después. Pueblo que salva a pueblo, pero también los de uniforme; que se mete en las aguas cenagosas y pútridas en busca de los que se hubieran quedado atrapados sin discutir si se van a infectar o no, a la orden de sus mandos o como voluntarios llegados desde lejanos destinos.
Sanitarios, guardias civiles, policías nacionales o locales, militares del mar, del aire o de la tierra, bomberos, agentes de protección civil, forestales, funcionarios que quieren arreglar papeles. Un contingente de personas que llevan ahí desde que todo empezó y a los que se han ido incorporando efectivos llegados de otras tierras españolas acometiendo estas tareas por vocación, solidaridad y generosidad.
Esa frase sobraba y le ha dejado señalado, al menos, hasta que se disculpe. El pueblo se ganó la ayuda del pueblo, de uniforme o sin él, que, dentro de sus posibilidades, se la sigue dando sin pedir ni preguntar nada, sin mezquindades y con clara liberalidad.
La Historia está llena de personas que hicieron de la política un servicio a la humanidad, con sus errores o aciertos, claro, pero es que, el que pasa a esa Historia pasa por el corazón, porque se tenga o porque no se haya tenido.