OPINIÓN
Ni mijita
Sánchez sabe que las cosas no le van cómodas, que lleva una mochila a sus espaldas bien cargada
Sánchez comenzó la campaña a su aire, como era de esperarse en un personaje como él. Despegado de los suyos y sostenido por nacionalistas de derecha, independentistas o comunistas. Y hasta con los singulares candidatos de Bildu.
Gramaticalmente audaz en el tiempo de presente es ... un artista también en el de gerundio con ese desparpajo que muestra. «Vamos a hacer» es una de sus expresiones favoritas para pasar de inmediato a esa suerte de charada que abre en su incesante perorata de que «estamos llevando a cabo o estamos haciendo» pero, ojo, siempre jugando con nuestro dinero y endeudándonos cada día más. Su corolario llega al culmen hasta poner la guinda de «histórico» a lo que dice que hace, mandando al olvido a todos los anteriores, fueran socialistas o no.
Es como esa persona que firma un préstamo avalado y se gasta el dinero en otras cosas dejando el pufo a sus avalistas y aquí, señores, los avalistas de ese despilfarro somos nosotros, los españoles, así que, Sánchez, en mi nombre, no. Ni «mijita».
Ser socialista es bueno, pero ser sanchista puede llegar a ser hasta vituperable porque no se puede estar mintiendo tanto ni con tanto descaro en esas tablas donde la ejemplaridad del político ha de presumirse. Y lo digo porque hasta sus ministros, los que formalmente se dicen socialistas, que con los de Podemos ni la de Sumar puede, están como subyugados, sí, -ahora que su amigo Petro ha venido a España hablando del yugo-, porque parecen uncidos al de su jefe con todas esas autocorrecciones que se ven obligados a hacer por manifestar alguna cosa que en la Moncloa no gusta y que de inmediato se les señala para que sin sonrojo alguno digan al instante la contraria.
Sánchez sabe que las cosas no le van cómodas, que lleva una mochila a sus espaldas bien cargada. Desde las excusas ya hasta infantiles del uso secreto del Falcon para sus cuestiones hasta ese regusto rayano cuasi a lo sátrapa de pasar sus vacaciones en residencias oficiales como la finca que el Rey Hussein de Jordania regaló en Canarias a Don Juan Carlos o en la de Doñana, antaño coto de caza de Franco, reminiscencia tal vez de aquellas otras de González en 1985 a bordo del yate Azor.
Nos está dejando cosas impensables en un político merecedor de la administración de una nación como la nuestra, promesas que se quedaron en vaguedades, aranas tan ostentosas como las de que no podría dormir tranquilo con Podemos en el Gobierno o que jamás pactaría con Bildu o que protegería la Constitución y ahí tenemos el apagón del castellano en las regiones periféricas o la ley de viviendas cedida a Bildu, la prueba del algodón. O hasta ese giro en nuestra política internacional tan descarado como el de dejar tirados a los saharauis, pactar con el rey de Marruecos vayan ustedes a saber qué y, encima, enfadar a nuestro principal proveedor de gas.
Yo no digo que los socialistas de pro sean como Sánchez, pero sí que se han echado encima un jefe fantasioso que tiende a engañar para creerse lo histórico que cree ser. Frío, soberbio y calculador, sin mucho pudor por tergiversar las cosas. Un campeón en aquello de «donde dije digo, digo Diego» que ha llevado sus embustes a tal límite que hasta su vicepresidenta tuvo que salir a excusar a esta persona que unas veces hablaba como presidente y otras como Pedro.
Van a necesitar suerte los socialistas que se presentan a estas elecciones, suerte que deseo también a las demás candidaturas, aunque menos que a la que voy a votar yo, claro está, porque creo que ellos parten con esa mochila a sus espaldas llamada Sánchez que no les está ayudando en nada ya que es muy difícil fiarse de un tipo como él, máxime, cuando en su natural egoísmo, la que está preparando es su campaña para llegar a diciembre como sea.