¡Mierda seca!
Nuestro gobierno nos tiene casi tan desesperados como le tuvo el torero aquella aciaga tarde
Sucedió en una tarde de verano hace ya algunos años, en una tarde de toros en El Puerto de Santa María a la que asistíamos mi esposa y yo. Estábamos en el tendido muy cerquita de la puerta de toriles, una zona muy concurrida por ... aficionados cabales, un espacio donde se apreciaba, al menos a mí me lo pareció, un público sin florituras pero entendido en el toro y en el torero que, al abrirse el toril, ya dejaba traslucir cómo se iba a desarrollar la faena. Gente de muchas corridas, de muchísimo conocimiento y una tarde veraniega de agosto que no la recuerdo yo de tanta calor como la que en este año nos azota la naturaleza herida ni tampoco con tantas preocupaciones e incertidumbres como ahora.
El cartel era atractivo, la ganadería conocida y, entre la terna, un príncipe del toreo. Ya se sabe que en eso de la torería sólo ha habido un faraón, pero también hubo un verdadero príncipe, dechado de hechuras y autor de pases y faenas inolvidables cuando quería o no le vencían «las emociones». Ya dejó dicho Villalón que el mundo se dividía en dos, Sevilla y Cádiz, donde precisamente vino al mundo en esta provincia el maestro que aquella tarde lidiaba.
El terno del torero era verde aceituno y negro y de esos colores pronto se adivinó cómo podría quedar pintada la faena. Los rostros de los aficionados de nuestro alrededor así lo dejaban vislumbrar desde la salida del toro cuando fueron los peones los que intentaron hacerse con el animal, mucho más serios al ver que el maestro tardaba en acercar al caballo el morlaco, expectantes con las banderillas y, cuando sonaron los clarines anunciando el protagonismo del torero con el toro, pasando de la espera al estupor, del estupor a la desilusión y de la desilusión, fruncido el entrecejo, a la descalificación desvergonzada y desinhibida dejando escapar su frustración y encendiéndose por minutos según la faena languidecía con un desajuste total entre el artista y la fiera.
Clamaban al cielo, hacían mohines con sus rostros enfadados y se pusieron de pie en las gradas de aquella plaza donde la banda no se estrenó y donde arreciaron los gritos de los que hoy hago regalo de no reproducir después de tantos años si no fuera por dos que nunca he podido olvidar.
Mamarracho, que lo repetían unos y otros llevándose las manos a la cabeza, y mierda seca, el que da título hoy a este pobre comentario veraniego porque fue entonces cuando, por encima del murmullo del respetable, un hombre alto y sesentón, vestido con guayabera y portador de un medio puro aún humeante y muy mascado, detrás de nosotros y no sabiendo ya qué decirle al torero, se puso de pie en aquella grada y sin encomienda alguna, le lanzó aquel estentóreo grito por encima de todas las descalificaciones que se dieron en la plaza: ¡Mierda seca!
Nuestro gobierno nos tiene casi tan desesperados como le tuvo el torero aquella aciaga tarde al aficionado que ya no supo cómo mostrar su desacuerdo más que con esa desaforada expresión, pero es que no hay día en el que no se nos desayune o meriende con un desarreglo de más, esta semana de Falcon y Puma con las corbatas y los horarios de luz, que mañana el BOE dirá. Lo malo de todo esto, de esta política de permanentes globos sonda, es que nos estamos encalleciendo, desanimando, despegándonos de la atención de la cosa pública por mor de esta conducta de cotidianidades que expele de nuestros gobernantes un halo de permanente imprecisión. Nos están dejando sin palabras ni reacción, como le pasó aquella tarde al aficionado que, harto ya de todo, saltó con lo último que le pasó por la imaginación porque nada más podía decir ya dentro de la razón.
No animo a nadie a dar de nuevo aquel grito pero sí que les digo que vayan teniendo seleccionada la papeleta.