Opinión
Live Aid
No hay brazos abiertos ni gestos de complicidad, sino acritud y acidez
Fue en 1985, un 13 de julio, San Enrique, en el Estadio de Wembley de Londres y en el John F. Kennedy Stadium de Filadelfia. Pero lo pudimos ver millones de personas por televisión como la primera globalización de la música en apoyo a la ... población más necesitada de ayuda y atención, entonces Somalia y Etiopía. Fue un milagro poner a favor de la unión y de la generosidad todo el potencial de las nuevas tecnologías de la comunicación y la solidaridad, sin duda, de lo mejor de cada uno de los intérpretes que participaron en aquel festival contra el hambre y de ayuda a esos países, hoy aún envueltos en una loca espiral de violencia irracional.
Tiempos de aquel himno que se hizo universal, 'We Are the World', que, unido al impulso que promovieran a un lado y al otro del mar Bob Geldog o Midge Ure, concitara el interés y el corazón de muchísimos cantantes y grupos musicales que estaban en el candelero, las mejores voces, las mejores bandas. Un público entregado en los recintos donde se desarrollaron, y muchísimo más gracias a la televisión.
Vivíamos aún la dulce resaca de los años de la Transición que, en España, como en tantos otros países, cohabitó con la música. Música de protesta, música de baladas, de folk o de rock. De cantautores o de grupos que en las letras de sus canciones y en los rasgueos de las cuerdas de sus guitarras, interpretaban y traducían a un universal imaginario los anhelos comunes de entendernos en una sociedad rebosante que aún se mostraba repleta de buenos ideales.
Se trataba de un concierto, sí, dirán muchos. Y lo podrán repetir muchas veces más los que, desde hace algunos años, llenan hoy recintos similares en la multitud de festivales que a cielo abierto se dan en nuestro país. Un concierto, sí, pero también un convenio entre aquellos grandes artistas y una juventud tan generosa como solidaria con un problema tan grande como es el del hambre de los pueblos. Y «somos el mundo», su inspiración total.
Esta semana hablábamos mi mujer y yo de aquello, de su repercusión, de todo lo que supuso aquella entrega juvenil a la lucha contra el hambre, contra la odiosa hambruna. Lo buscamos en Youtube y lo volvimos a ver.
El mundo necesita hoy de una gran renovación porque vive en un una completa estridencia. Nuestros líderes políticos nos están acostumbrado al odio y a la fácil descalificación en lo personal y en lo grupal. No hay brazos abiertos ni gestos de complicidad, sino acritud y acidez. Nos estamos acostumbrando a unos guías políticos faltones, insultantes y hasta energúmenos. A soportar la mentira como medio de argumentación y el insulto como única herramienta de contraposición. Y así no se levantan banderas. Así se aburre a la sociedad y se fosilizan hasta los ideales más puros en un país como el nuestro repleto de niños que andan solos con móviles y tabletas por compañía.
La rivalidad política no es ni tan siquiera la adversidad de la diversidad, ni el encono de unos contra otros, ni las malas formas. Eso es la herida que se pudre y eso es lo que les espera a las nuevas generaciones si no se rebelan contra este modo de entender la vida, si no abren sus corazones a mejores ideales que los que hoy le ofrece esta antipática parranda en la que nuestros políticos han conseguido convertir su quehacer diario.
Nosotros pudimos cantar que éramos el mundo, pero qué mundo van a tener hoy por referencia nuestros jóvenes. El penúltimo capítulo de la semana se ha abierto con esa pretensión de algunos leoneses apoyada por los socialistas. Otra gracia más. ¿Se han parado a pensar, por ejemplo, que la provincia de Cádiz tiene más de la mitad de los habitantes que todas las 9 provincias actuales de Castilla y León? En pleno follón separatista, ahora van y abren este nuevo melón. Pues eso.