Jeroglífico
Nuestro idioma es tan rico que, en este país de carencias, verdaderamente no se llega a apreciar en lo que vale
La lengua española es oficial en 20 países y en el nuestro no, que es la castellana cohabitando con otras en algunas Comunidades, a veces más que malamente. También es la familiar para millones de norteamericanos. Y la de muchos más por trabajo, curiosidad o convivencia.
Nuestro idioma es tan rico que, en este país de carencias, verdaderamente no se llega a apreciar en lo que vale. Ni menos en la larguísima historia que tiene y las profundas raíces en las que se asienta, fruto del crisol de pueblos que hemos conformado, el que el vate llamara sangre de Hispania fecunda. Nos llegó con la lógica latina que asentara aquí sus lábaros casi durante ocho siglos, prácticamente algo más que, tras la larga lista de los reyes godos, se enarbolaran los de la media luna.
Dicen que el nombre de España nos vino de los fenicios, algo así como tierra de conejos, «I-spn-ya», que escriben los eruditos. Los fenicios, entre fondeadero y fondeadero, llegaron a Cádiz y, hace más o menos tres mil años, eterna duda gaditana, establecieron una ciudad que presuntamente pudo estar amurallada, que parece que es lo que evocaba en su habla nuestra antigua denominación. Pero con ese nombre empezó a escribirse nuestra historia, y digo escribirse, porque vivir, ya vivían en esta tierra cientos de miles años antes otros paisanos y, si no, que quien pueda, se lo refute a los de Atapuerca.
Así que, caramba, Cádiz dio el primer capítulo de historia escrita a los españoles, fue puerto de los descubrimientos allende ambos hemisferios y patrón de tantas ciudades portuarias con recintos amurallados. Y, entre nuestras murallitas, hasta la primera Constitución se hizo aquí, frente al francés invasor, proclamando que nuestra Nación iba a ser la reunión de todos los españoles. Todo un lujo que se acaba de desmontar otra vez con este lío de partidos, siglas, líderes, lidercillos y aciagos egoísmos en que hemos convertido el mapa electoral de esta nación antaño corajuda.
¿Cuántos conejos habrá aquí y cuántas madrigueras han quedado ahora horadadas? Casi tantas como las formaciones políticas que van a forzar al presunto presidente de gobierno «in pectore» a la más desquiciante de las posturas. Y cada uno, o cada una, a guisa de reservorio de múltiples ideas en indefinibles ambiciones.
Sin contar con los votos del extranjero y sin caer en la tentación de pensar en presuntos pucherazos, la cosa está donde está, que pintan bastos, pero este caleidoscopio político se ha tornado ya en complicado jeroglífico y, a veces tan abracadabrante, como ver, en las filas de las autollamadas izquierdas progresistas, todo un PNV democristiano fundado un día de S. Ignacio y que sigue llevando como lema «Jaungoikoa eta lege zaharra», Dios y la ley vieja.
Ahora, en la periferia, las mayorías de los ayuntamientos y las diputaciones provinciales con sus competencias y sus presupuestos; en el círculo inmediato las de las autonomías con todos sus gobiernos y sus funciones y, en la capital del Reino, el Senado con la suya. Pero en el futuro inmediato, Waterloo, que ya veremos «quién se encuentra con su Waterloo»…
En fin, un galimatías que no me va a quebrar la cabeza este fin de semana tan especial para mí, pues hoy, festividad de Stª Marta, hubiera sido otro día de celebración con mi añorada madre que confío esté ahora en el cielo departiendo quizás con la otra Marta, la de Betania, y no de elecciones, precisamente. Y aunque me quedan todavía más Martas en mi vida, mi hermana, mis sobrinas o mi nuera, lo dedicaré a recordar otra vez más su rostro y sus cariños, o a sonreírme con sus reprimendas, que bastante lata le di, pero no a empañarlo con todas estas mezquindades, que aún quedan por venir días y semanas para ver y hablar de España, los españoles y… hasta de conejos.