Ay de nuestros hijos y nietos
Las subidas de impuestos porque las cosas cuestan más quizás se podrían tragar mejor si gozáramos de un gobierno ejemplar, si quienes usan nuestros caudales fueran los primeros en atarse los cinturones
El discurso del Estado de la Nación no nos ha dejado indiferentes porque, como el título de aquella novela, se ha tratado de la crónica de una muerte anunciada. Todo estaba previsto o todo era previsible. La España de Sánchez ahonda aún más la grieta ... entre hoy y la Historia, así como nos aproxima a ese elenco de sociedades que ahora imperan por el continente antaño hispanoamericano y que, rodando los años, entre revolucionarios y ávidos mercaderes del Occidente protestante, devino en latinoamericano, paradoja de difícil trago cuando, para eliminar a España de sus raíces, se adoptara como principal gentilicio el del imperio romano.
En plena ola de calor, cuando la cigarra canta, cuando la guerra asola la linde oriental europea, Sánchez ha movido su llave para dar otro giro de rosca que nos aleje de la modernidad y del bienestar engrilletando nuestras manos para conducirnos a un proceloso futuro en el que ya ha dejado escrito el índice de su nueva tesis. No sabemos las consecuencias, pero nos las tememos, no conocemos sus intenciones, pero las vislumbramos. Su inmediato resultado ha sido cargar sobre nuestras espaldas y angustias una incertidumbre mayor de cómo llegar a fin de mes.
Las subidas de impuestos porque las cosas cuestan más quizás se podrían tragar mejor si gozáramos de un gobierno ejemplar, si quienes usan nuestros caudales fueran los primeros en atarse los cinturones. Es incomprensible hoy mantener este mastodonte público que nos tiene atrapados con tantísimos ministerios y sus correspondientes cascadas de altos y medios cargos, con tantísimas intromisiones en la vida emprendedora de la sociedad o tanto intervencionismo en esas leyes suyas de «medio parlamento», gastos incomprensibles de ministerios que sirven nada más que para tener apañados los votos de un socio inmisericorde que les ha marcado su destino, ministerios y departamentos que se entrecruzan y solapan entre sí, competencias que han de pelearse entre sus titulares o viajes y gastos incomprensibles por su innecesaria acometida y sus nulos resultados a los que, encima, hay que sumar los de la otra España repartida en tantos otros gobiernos, algunos de ellos abiertamente hostiles.
España tiene una deuda pública que crece y que crece. Y una deuda, por mucho que quieran hablar eufemísticamente de la misma sus ministros del ramo o de los ramos, no deja de ser algo que se debe y que, si se debe, pues algún día se tiene que pagar. Todos hablamos de la deuda pública pero no sé cuántos españoles saben o sabemos quiénes y cuándo nos pueden exigir que la paguemos. ¿EL BCE, el FMI, fulanito de tal o menganito de cuál? De alguien es ese crédito que este Gobierno no sólo no reduce, sino que aumenta en su debe. ¿De quién o de quiénes dependemos y cómo se cobran esos entes de razón lo que les hemos ido pidiendo y los intereses devengados por no pagar?
Pobre España y pobres de nosotros que cada día nos levantamos debiendo unos euros más. Una escandalosa recaudación de tributos indirectos que, a cada subida de precios, y ya son de al minuto más que de al corto, suma otra subida de impuestos, la tributación de quienes no tienen, de quienes no pueden compensar su IVA ni desprenderse tampoco de todos esos costes pegados como lapa a la electricidad, a los carburantes o a todo lo que se genere en el campo, en la mar, en la industria o en los servicios. Ahí es donde nos tienen cogidos y de donde no podemos salir los de nuestra generación, pero de la deuda, de la deuda pública, de ésa que todos dicen que recibieron del anterior y nadie acomete su reducción, ésa cada vez aumenta más y más aprisionados nos tiene. Si con Sánchez baja el bienestar hoy no sé cómo podrán arreglar nuestros hijos y nietos el de su mañana.
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