opinión
Halloween vs Transición
«Atardeceres que acababan con la compra de boniatos, membrillos, chirimoyas, nueces, castañas, almendras o piñones que nos tomaríamos el Día de Todos los Santos»
Hemos pasado otra de esas citas de la insaciable modernidad en la que nuestras calles se han llenado de disfraces y caretas. La factoría de las modas trabaja ansiosa por ganar dinero, desde las grandes superficies hasta los pequeños comercios, los pocos que duran en ... manos nacionales o los miles que regentan hoy en nuestro país los nuevos comerciantes inmigrados, así que, entre sucesos de risas y dolor, desde las guarderías a los institutos y hasta los más «peterpanes» treintañeros, al son de truco o trato, han inundado nuestro espacio de zombis y otras zarandajas oscuras y brujeriles.
En esta nación otrora cristiana un nuevo culto venéfico se ha esparcido por doquier de manera exponencial, aunque no sólo aquí, la verdad, sino en casi todo el mundo libre, y digo mundo libre porque en el mundo controlado no creo yo que se permita fomentar mucho estas cosas. Primero, porque sus economías no están como para gastarse un dineral en gasas, telas negras, caretas o disfraces, segundo, porque sus credos políticos no están por el libertinaje de sus ciudadanos y, tercero, porque ya tienen su propio culto al líder que férreamente les gobierne.
Pero en esta España ávida de estar a la moda sea cual sea, un mundo de disfraces hechos en serie en la RPC ha vestido nuestra sociedad de negro y ha pintado sus rostros de blanco maquillándolos con agrestes cortaduras. Con la de festividades propias que tenemos y que aún tendríamos si no aceptáramos tanto las novelerías que alegremente importamos.
Es curioso cómo cultivan lo nuevo y ajeno estos gobiernos para tapar lo que tuvimos. Cuantas más cosas vengan de fuera, mejor, aunque nos lleguen de sus mal mirados USA desde donde fuimos cambiando nuestros belenes por sus renos y sus muérdagos que pronto veremos de nuevo en nuestras ciudades iluminadas de un blanquiazul que ya no nos hablan de la Navidad, sino tal vez de una suerte de solsticio con todas esas luminarias a guisa de cristales de nieve, aunque aquí no la veamos más que en los refrescos.
Atrás van quedando nuestros Tosantos, a los que nuestros padres nos llevaban a ver en el mercado los cerdos vestidos de magnates con puro, los boquerones de bailaores y las gallinas de comadres o señoronas. Había crítica local o nacional, fútbol, carnaval, cotilleo y hasta alguna sesión parlamentaria. Atardeceres que acababan con la compra de boniatos, membrillos, chirimoyas, nueces, castañas, almendras o piñones que nos tomaríamos el Día de Todos los Santos con sus buñuelos y sus riquísimos huesos de cidra o de yema.
Bueno, pues para rizar el rizo, en medio de estos nuevos cultos con los que se nos está misionando, creo que ha sido la vicepresidenta que manda la que ha declarado que el 31 de octubre será desde este año el día de las víctimas del franquismo culminando, entre gimoteos, el anuncio de la retirada de las medallas del trabajo a todos esos personajes de aquel régimen que ni se sabía que las tenían, lo que me recuerda aquello que alguien dijo muy acertadamente que éste es un país donde hay que huir de las distinciones porque, al cabo de cualquier cambio, llega otro y te las quita.
Amortizado convenientemente Felipe sin Guerra el pasado fin de semana en la concentración neosocialista de Sevilla, el régimen del 78 ha finiquitado y, por fin, al cabo de tantos años, podrán hacer suya aquella frase convenientemente adaptada de que «en el día de hoy, cautiva y desarmada la oposición, han alcanzado los escaños de la izquierda y el separatismo sus últimos objetivos. La Transición ha terminado».
Encima nos aporrean con el mantra del incumplimiento de la Constitución mientras que en ese nordeste de sus alianzas permiten crecer con descaro el confinamiento de la lengua española oficial del Estado, la del artículo 3º.