Opinión
Guerra y diplomacia
De momento no huele a pólvora, pero los primeros misiles ya han caído en forma de arancel y ante ello la UE ha optado por rearmarse y contratacar
Las cosas están ahora en la diplomacia y, si no, deberían estarlo, lo que no evita que, junto a eso, sea bueno enseñar músculo, aunque solo fuera por aquello que ya dejaron grabado para la Historia los romanos: «si vis pacem, para bellum».
Es verdad ... que de momento no huele a pólvora, pero los primeros misiles ya han caído en forma de arancel y ante ello la UE ha optado por rearmarse y contratacar, también de momento, con otros misiles arancelarios, pero sin tener preparada «cúpula» alguna que nos proteja.
Con lo que aquí tenemos la cosa no es que vaya lenta sino muy atrás de los demás y que, con tantas artimañas con las que se mueve nuestro gobierno, poca confianza puede ganarse de nuestros aliados.
Las distancias en gasto de defensa son abismales y nuestro primer ministro aún pretende hacer carambola a ver cómo le salen sus maniobras para no asumir lo que nos corresponde pues ni tiene presupuesto ni partidas que permitan una inmediata atención al problema. Y eso lo saben los de fuera mejor que nosotros que, desde que se nos confinó con lo de la pandemia, parece como si nos hubiese dado un pasmo.
A España no le vendría mal un giro de tuerca en eso del rearme teniendo la industria militar que tenemos en astilleros, artillería, aviación, armas o munición, que ya son, pero también en tantos otros sectores que generarían más empleo y producción como el textil, la informática, el alimentario, el sanitario o tantos otros. Entrar en una economía de guerra capaz de reducir tanto gasto público inútil y el irracional desbordamiento de la deuda.
Nos quedaría eso, la diplomacia, pero poco futuro puede apreciarse con un ministro diplomático carente de recorrido por destinos en el exterior sin operar en ese sutil mercado de contactos y conocimientos que se producen en el mundo de las embajadas y que se consigue con muchos años de ejercicio; que, al parecer, no genera simpatía entre los funcionarios a su cargo; que cada día ha de lidiar con el irremediable «cambio de opinión» o que cuyo primer objetivo parezca ser conseguir que la lengua catalana sea oficial en Europa. En fin, que, si queremos paz habrá que preparar la guerra.