OPINIÓN
La DANAmala se viene, la DANAmala se va
Dejemos que los que limpian, buscan, peritan o pagan, lo hagan, pero digámosles a los valencianos que queremos los frutos de sus trabajos, que siempre han alegrado la Navidades con sus turrones o la Nochevieja con sus uvas
Presiento que alguien me pueda meter en un charco de espeso lodo, pero, sinceramente, creo que conviene hacer una revisión del machacante tratamiento televisivo que se está haciendo de la DANA, así que, como me debo a mis lectores, ahí voy yo en este sábado.
Antes que nada, vayan por delante mi dolor y mi angustia por todas esas vidas que se ha llevado tan arrolladora riada. Y mi respeto y mi solidaridad por todas esas familias dañadas por la pérdida de los suyos y, especialmente, por los que aún los tienen desaparecidos y no han podido aún localizar, ni saben qué puede haberles pasado, ni han podido darles sepultura, ni despedirse, ni haber podido decirse tantas cosas que quedaron por decirse.
Mi solidaridad por los que han perdido casi todo. Casas, enseres o muebles, tantas veces con tanto esfuerzo e ilusión comprados y hoy en la calle tirados. Y hasta por esas pequeñas cosas que sólo las pueden sentir quienes las han perdido, fotos, cartas, recuerdos de una vida ya rota para siempre y separada de la cadena de traspaso de padres a hijos que ningún seguro podrá compensar del todo.
Más allá de si las casas estaban demasiado cerca de los cauces o de si éstos se habían limpiado después de años áridos y secos; más allá de tantas industrias y negocios destrozados en los bajos de esas calles embarradas o en tantos polígonos arramblados, más allá de esas sus penas y dolores, su frustración y su estupor por la respuesta del Estado, gobiernos central o autonómico o diputaciones.
Yo no soy psicólogo ni lo trato de ser, pero cada vez que pongo la tele sólo veo una y otra vez escenas del drama y eso, tanto tiempo y con tanta intensidad y con la repetición incansable de las mismas imágenes, a estas alturas de la catástrofe, no sé yo si ayudará mucho al duelo de las víctimas o contribuirá quizás a alargarlo.
Cada informativo de cualquier cadena vuelve a pasar la entrevista de la familia que no pudo enterrar a los suyos, de la comerciante que ha perdido su mercancía, del labrador que ve su campo anegado, del vecino que se queja con razón, que clama y que reclama, del pueblo que salva al pueblo, de los perros que buscan y huelen de aquí para allá, de los coches y muebles apilados o de los agentes con el agua hasta el cuello buscando entre cañas y barro. Y, lo que es peor, los políticos insinuando las más duras acusaciones mientras el presidente busca cualquier excusa para salir de España con tal de no volver a pisar el fango.
No olvidaremos a nuestros muertos, ni la catástrofe, ni la gestión que de la misma se hizo y se está haciendo, pero, «sursum corda», señores, que hay colaborar con los valencianos, como ellos mismos cantan en las primeras letras de su himno, «para ofrendar nuevas glorias a España».
Dejemos que los que limpian, buscan, peritan o pagan, lo hagan, pero digámosles a los valencianos que queremos los frutos de sus trabajos, que siempre han alegrado la Navidades con sus turrones o la Nochevieja con sus uvas; que sus juguetes tienen más que acreditada la confianza de los Reyes Magos; que sus vinos alegran cualquier mesa; que por sus puertos entran y salen millones de cosas; que su industria es envidiable; que su pesca y sus salazones son de categoría y su hospitalidad demostrada.
Cuando el volcán rugió en La Palma todos empezamos a comprar más plátanos. Hoy espera Valencia y ellos saben que están preparados, como sigue diciendo su himno: «¡Ya en el taller y en el campo resuenan, cantos de amor, himnos de paz! … Paso a la Región que avanza en marcha triunfal...»
La DANA mala se viene, la DANA mala se va. Y nosotros nos iremos y no volveremos más pero el sol, con permiso de los baleares, siempre amanecerá por allí y, detrás del horizonte, siempre habrá algo, «cantos de amor, himnos de paz».