OPINIÓN
Donde las dan, las toman
Y es que somos un país muy peculiar y así nos mostramos al mundo. Unos para hacer negocios rápidos y potentes en temporada y otros para abaratar la conducta cívica de esta nación
Están los medios estos días, particularmente en tertulias radiadas o televisadas, bastante alterados con las críticas sobre el turismo que nos llegan desde el extranjero en tal volumen y tal magnitud como si fueran esos enormes trozos de hielo que se desgajan del patagónico glaciar ... Perito Moreno.
Parece que las postreras serpientes de verano, ya casi grandes pitones, se están centrando ahora en un aluvión de malas noticias que da la prensa extranjera sobre el turismo en España con avisos tan tremebundos que su clientela habrá de pensarse muy mucho venir aquí de vacaciones en el futuro.
En nuestro país también las tenemos de manera indirecta porque hay que ser como muy vocacional para pensar en algunos destinos que se ven, se dicen y se saben desbordados por la desatención a los inmigrantes, por los índices de intranquilidad y desasosiego urbano o, encima, por este desafortunado verano de retrasos de todo tipo en nuestros trenes y aviones de los que el gobierno ni habla, ni hace, ni quiere hablar ni hacer. Y, además, el «boom» de las viviendas turísticas que tiene más que cabreada a la población residente de esas zonas.
No creo que nos debamos rasgar las vestiduras porque son cosas que, a la vista está, nos las buscamos nosotros. Si hay tal desbarajuste en los transportes es porque el ministro de Transporte no funciona. Si hay tantos problemas de seguridad es porque los responsables de su atención tampoco funcionan como deberían de hacerlo. O si hay tanta vivienda turística quizás sea porque los municipios o las Comunidades no supieron verlas llegar.
España, y los españoles, o algunos españoles, bien que contribuyen a esto, porque, como dicen muchos jóvenes ahora, si «te pillas» un vuelo de esos super económicos, ya se verá el siguiente paso que dar. ¿Pisos turísticos? Pues, bueno, y mejor si están en localidades donde el trasiego de copas y juerga puede extenderse hasta bien entrada la madrugada, cuando no hasta la misma alborada.
Y es que somos un país muy peculiar y así nos mostramos al mundo. Unos para hacer negocios rápidos y potentes en temporada y otros para abaratar la conducta cívica de esta nación. ¿Cómo vamos a infundir respeto en el extranjero teniendo lo que tenemos?
Esto se ha ido desmoronando en los últimos años, qué le vamos a hacer, es lo que hay y lo que se vota. Y desde fuera se está viendo muy bien y se aprovecha cualquier resquicio para entrar y comerse nuestras cuotas de mercado, así que van a por nuestras propias debilidades que, además, se las damos nosotros hechas y sobreabundadas.
En otro orden de cosas, pero en paralelo y unido a este menosprecio que se va alargando en los países de nuestro entorno hacia lo nuestro, es que hasta la propia política participa de este derrumbe, gobierno y aliados parlamentarios. No es fácil ver un gobierno como el nuestro social-comunista, sin parangón en la Europa de la Unión, que cambia de opinión sin pudor alguno; que coquetea con la división del territorio y la desigualdad entre sus ciudadanos; que no aparenta el mejor aprecio a la jefatura del Estado o que le quita el sitio al poder judicial anulando sus propias resoluciones. ¿Qué juez europeo va a entretenerse en detener a Puigdemont si sabe que aquí lo van a soltar o a dejar escapar de nuevo? ¿O qué país europeo vería con tranquilidad tener un ex presidente de gobierno fundador de un Grupo como el de Puebla?
Hay palabras que, aunque están en el diccionario, están cayendo en aprecio a un ritmo igual o aún mayor que el de los trozos de hielo del glaciar Perito Moreno. Actitudes como la excelencia, la ejemplaridad, la lícita y deseable competencia, la profesionalidad, la cortesía, el respeto a los demás, el uso adecuado de las cosas, todo tiene su valoración. ¿A dónde vamos sin eso?