Opinión

Las colinas negras

Suenan tambores en Canadá, Groenlandia o Panamá. Y en Gaza. Y parece que han empezado a sonar también en Ucrania

El vicepresidente Vance, a modo de exordio, lo dijo en Múnich el otro día, «hay un nuevo sheriff en la ciudad» y, claro, quizás la estrella, el revólver y tanto cine, me trajo al magín el Tratado de Fort Laramie de 1851 que duró lo ... que un caramelo a un niño.

No es porque me las dé yo de listo, no, sino que la industria cinematográfica norteamericana lleva ya más de un siglo enseñándonos cómo los blancos ganan y los indios pierden y que aquel Tratado con el que se comprometieron a proteger las Black Hills para los nativos, como tantos otros que firmaron, se esfumó ante el imperioso grito de ¡ORO!

Había pasado ya en el Suroeste con su avanzada hacia el Pacífico donde se fue desposeyendo de las tierras a indígenas y novohispanos hasta llevar al culmen de los Tratados, el de Guadalupe-Hidalgo de 1848 por el que Estados Unidos, además de hacer renunciar a los mejicanos cualquier deseo sobre Texas, se llevaron más del 55% de su territorio con las tierras que hoy forman California, Nevada, Utah, Nuevo Méjico, y parte de Oklahoma, Kansas o Wyoming.

La tierra… y el mar, porque, ya ven que el Golfo de México, llamado así más de 500 años, toca ahora que sea de América. La más grande.

No han sido sólo indios o mejicanos quienes vieron cómo les levantaron sus tierras con Tratados cumplidos e incumplidos, no, pues a nosotros también nos pasó con Cuba cuando se independizó. El Tratado de Paris de 1898 dio también para meter en el cupo Puerto Rico, Guam o Filipinas.

Suenan tambores en Canadá, Groenlandia o Panamá. Y en Gaza. Pero parece que han empezado a sonar también en Ucrania, «culpable» ahora de haberse defendido de la invasión cruenta de los rusos.

Al fin y a la postre, si aquellos sioux tuvieron la mala fortuna de vivir en una tierra con oro o los mejicanos con buenos pastos, oro o plata, me da a mí que estos ucranianos se van a tener que enfrentar también a algún Tratado porque tienen muchas de esas tierras que ahora eufemísticamente se llaman «raras» y que son muy codiciadas por los riquísimos beneficios que pueden dar.

Pero, por fortuna, no todos los americanos son así.

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