OPINIÓN

Chuches

Ya ha pasado más de medio año y no sabemos realmente qué están haciendo los ministros, si no es repetir al unísono el argumentario que cada día le preparan desde Moncloa

La verdad que a mi edad puede que tenga algo perdido el oído, pero les aseguro que, de todos estos debates de la amnistía que han tenido en el Congreso, lo que más me ha llamado la atención ha sido lo de «chuches», que es ... lo que a mí me sonaba cuando hablaban de los jueces las dos damas de las izquierdas y derechas catalanas.

Dándole al mando atrás y alante, y con la ayuda del karaoke televisivo, pude entrever que, cada vez que en esa suerte de patio de monipodio se decía «chuches», debajo de la pantalla se escribía jueces, pero, lo siento, la verdad es que a mí me sonaba a lo que me sonaba y, el magín, tantas veces travieso, me llevaba a otros patios, a los de los colegios, donde en sus recreos los niños se comen sus golosinas o se intercambian cromos.

Lo del monipodio cervantino nos puede llevar a confabulación, connivencia, contubernio o conchabanza porque algo de eso se estaba aún cociendo en las bambalinas del Congreso donde PSOE y Junts estiraban sus envites por cerrar acuerdos en torno a su deseada amnistía, que a uno le permitía sostenerse en la gobernanza y a otro imponer que olvidemos sus tropelías y desmanes.

La verdad es que, con tanto «truco o trato», la Nación anda falta de gobernalle sin patrón que marque rumbo. Ya ha pasado más de medio año y no sabemos realmente qué están haciendo los ministros, si no es repetir al unísono el argumentario que cada día le preparan desde Moncloa. O pelearse, a cara de tabernario, con un PP que, a sus ojos, tiene la culpa de todo.

Llevamos ya unos años con sequía y del agua aquí no habla nadie. Y un lustro ¿de gobierno? entreteniéndonos con cuestiones ideológicas y de agradecidas puertas giratorias, pero sin acometer las cosas que de verdad nos pueden interesar. Y con mucha prensa amiga para hablar de lo bien que estamos con este tiempo «casi primaveral» de terrazas y playas llenas mientras el paro vuelve a aumentar y nada se nos dice de los fijos discontinuos, aunque más de uno tengamos amigos o familiares en esa situación.

¿Sabe alguien de algún político preocupado por hacer algo que palie esta sequía ya más pertinaz que cualquiera de las de antes? Prepararse para actuar sobre ella y aliviar sus efectos, no para pegar el palo porque, cuando la cosa ha llegado a estos límites, (de ahí su sabiduría y su capacidad), actúan a la ofensiva con restricciones y altísimas multas por usar del agua más allá de dónde sus técnicos les han dicho que se puede, porque ninguno se preparó para administrar este bien tan preciado. ¿Se acuerdan de la cigarra y la hormiga?

Fíjense la de kilómetros de costa que tenemos y para ellos sólo setecientas y pico desaladoras, un tercio de ellas en nuestras islas y las demás por el Mediterráneo. La primera se hizo en los 60 para Canarias, pero en la costa atlántica, pocas o ninguna, y por estas nuestras del Sur, nada.

España no es sólo urbana o vaciada sino también seca o húmeda. La península está cruzada desde hace años por un oleoducto entre Rota y Zaragoza de 800 kilómetros o por kilómetros y kilómetros de gasoductos. Ítem más, nuestro ínclito gobierno se ufana de su macroproyecto del corredor de hidrógeno verde, pero cuando le hablan de trasvases entre cuencas, miran para otro lado y dan la callada por respuesta. Y así nos va, como tantas otras veces que nos coge la sequía, desprevenidos.

Por lo menos, si no quieren o no saben trabajar, si son tan del pueblo, podrían tirar de la sabiduría popular y recordar que «si por enero hay flores, por mayo habrá dolores», que el refranero no engaña.

En fin, ellos a lo suyo, a hablar de chuches y, nosotros a tomarnos un tomatito de Conil, que la socialista Ségolène Royal, como tantos de ellos, tampoco tiene ni idea de lo que es un tomate. O es que es mala de verdad.

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