OPINIÓN

Canción triste de otoño para una vieja nación

Y, ahora, a la vejez, hala, ahí va ese pacto. Pero, ojo, que siempre habrá mozos que le ganen la vez al toro

Estuve viendo el jueves la entrevista que se le hizo a Isabel Díaz Ayuso en Antena 3 en la que, entre esa frescura con la que expone las cosas y las verdades del barquero con las que las cuenta, dejó esbozar sin embargo una triste sensación cuando se refirió, más allá de su preocupación por lo que nos ha caído encima desde Bruselas, a que España se estaba jugando su alegría, sus ganas de entenderse, la complicidad de sentirse español.

Teníamos alcanzado un «plus» diferenciador con los nacionales de muchos otros países porque durante medio siglo habíamos recuperado las ganas de vivir y posibilitábamos mucho el poder entendernos. Porque cuando nos veíamos esperando en alguna estación o coincidíamos en el vagón de cualquier tren, nada nos importaba ser de Tarragona o de Cádiz para entablar alguna conversación. Porque incluso entre parientes, con sus límites, hablábamos de política y, llegados a lo peor, sabíamos esquivar roces y espinas. Pero eso se va, como las empresas que buscan casa fuera.

Cierto es que hemos ido viviendo sin preocuparnos lo suficiente de lo que se venía elaborando a nuestro alrededor, más cigarras que hormigas. Que hemos confiado en el sistema de bienestar que habíamos alcanzado y que esas cosas de la autocracia y de los abusos de la norma para hacerse con el poder se daban en otras latitudes más propensas a la molicie, pero, de pronto, todo ha cambiado como si el cielo húmedo del otoño bruselense hubiera cubierto de gris nuestra luz y nuestra claridad apagando nuestra alegría. Un nubarrón de preocupaciones, desconciertos y descreimientos se nos ha venido encima con ese pacto que ha llegado tan lejos y que, a lo peor, ni se tiene controlado hasta dónde pueda llegar. Por siete votos.

Algunos amigos socialistas a los que tengo afecto les ha sorprendido que yo expresara mi preocupación por el lío en el que les ha metido su votado Sánchez para mantenerse en el poder, pero las cosas son como son, nos la han colado por la puerta de atrás y, en este caso, además, pergeñado a más de mil quinientos kilómetros de Madrid.

A mí también me da mucha pena que se nos haya truncado esa espontaneidad con la que nos hemos ido moviendo todos estos años los españoles entre nosotros, cada cual, con sus ideas y sus preferencias, claro, incluso con las excepciones a las que se nos habían ido acostumbrando. Que si catalanes supremacistas, que si vascos a su avío o que si izquierdas a lo suyo. Pero resistíamos, y ni las cosas ni esos personajes nos enfrentaban de la manera con la que nos están revolviendo con este pacto.

¿Qué va a pasar con tamaño tope como con el que se nos ha hecho chocar? ¿Cómo fiarnos de unos políticos que han hecho de la mentira acción y cesión? ¿Cómo se han podido ofrecer los bienes del común para aprovechamiento de unos pocos con tal de obtener esa suerte aberrante de cuota tan disímil para hacerse con el gobierno? Cuando por eso una persona es capaz de llevarnos a esto es que las cosas no son ya como fueron.

Dicen de nosotros que actuamos al límite, que no somos precavidos, que somos muy dados a llegar casi hasta donde nos pueda coger el toro. Y es verdad, porque nuestra fiesta más propia quizás sea ésa que alberga lidias y encierros, esos que cada primavera y verano se corren por tantos pueblos, pero no nos olvidemos, son nuestros mozos y mozas los que le ganan la vez al toro.

El verano electoral y este otoño pactista nos han dejado sin ver qué haya hecho la presidencia rotatoria europea, que Ucrania sigue sufriendo, que los palestinos e israelíes andan enzarzados, que empezamos a mirarnos de otra manera, que el planeta está más que cabreado con mil desastres. Y, ahora, a la vejez, hala, ahí va ese pacto. Pero, ojo, que siempre habrá mozos que le ganen la vez al toro.

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