OPINIÓN
La amnistía o la ley de alivio penal
Los tropecientos pensadores de ideas al servicio del presidente, pagados por todos nosotros, se han esforzado por buscar otra enunciación
Otra vez jugando con el rico lenguaje español que, oficial y constitucionalmente, es el castellano. Los pretorianos de Sánchez, para nuevo escarnio de nuestra ya casi adormecida inteligencia social, en esa carrera en la que han profesionalizado su copiosa fraseología y aprovechándose una vez más de aquello de «donde dije digo, digo Diego», conscientes del poco aprecio que por el verdadero significado de las cosas tiene esta sociedad que quiere que se le dé todo hecho y que no alaba el gusto de emprender sino de aprehender, han encontrado un nuevo giro.
Los tropecientos pensadores de ideas al servicio del presidente, pagados por todos nosotros, se han esforzado por buscar otra enunciación que, en lo de las lenguas oficiales podría llamarse «alleujament» o «eirliebea», creo, y proponer su particular amnistía con esta cosa de la anunciada ley de alivio penal, volviendo a pitorrearse otra vez de nosotros y presumiendo del aborregamiento por el que se nos está llevando.
El uso de lo del alivio en nuestro lenguaje es rico y nos ha servido para enfrentarnos a muchas situaciones. La primera que se me viene a la mente es la del «luto aliviado», arrinconado hoy ya por las actuales interpretaciones del punto final y fatal de la vida que acabará proyectándose, muy a lo película americana, en esos funerales donde se leen líricas elegías y se interpretan piezas musicales que intentar encubrir el dolor de la separación mientras el cadáver del difunto, ya en manos de otros, parte solitario rumbo al escondido horno. Poca gente, por no decir ya casi nadie, viste de luto. Y ni acompaña al difunto a su nicho, así que, por ende, sin aquellas oscuras vestimentas, poco puede hablarse ya del antiguo sentir del luto aliviado que pasaba del negro al gris y del gris a otros colores oscuros y apagados.
También el alivio me trae al magín cuando se supera algo apremiante, como cuando nuestros mayores, al observar la mejoría del paciente en un proceso de enfermedad, fuera ya dolores del cuerpo como del alma, decían aquello de «parece que se está aliviando, que se encuentra un poquito mejor», lo que ha quedado reducido hoy a un frío y correcto parte médico, soporte donde agarrar nuestra esperanza prometedora de una posible sanación.
Aliviar también se ha usado mucho en lo económico cuando decíamos de alguien que estaba saliendo del bache, «que se le están aliviando las cosas, que parece que le va mejor», como síntoma de una aparente mayor tranquilidad hacia el futuro. O, llanamente, ante alguna reacción o indisposición instantánea, véase un imprevisto dolor de muelas o un inesperado apretujón que a todos nos pueda venir en los momentos más inoportunos y que, de pronto, nos trae ese feliz momento del alivio benefactor sobrevenido liberándonos de lo que nos tuviera consternados o sencillamente perjudicados.
Ahora Sánchez pone a favor de su plan presidencial y de pactos con los independistas lo del alivio para tratar de ocultar con el eufemismo la verdad de lo que supone esta perversa y bastarda amnistía que favorece a unos pocos en contra de muchos y que, sin pudor ni recato alguno, deja a España y a su democracia a los pies de los caballos como si se tratara de una tiranía indigna de estar de igual a igual con las demás democracias del mundo.
En el habla taurino, aliviar también es disminuir el riesgo de las suertes, especialmente al estoquear; no estrecharse con el toro o aprovechar sus querencias para el remate del lance, y Sánchez, como nos tiene acostumbrados, ha vuelto a reafirmarse ahora en esa actitud propia que tanto le descalifica, con esa maniobra tan suya de camuflarse en la perífrasis en vez de hablarnos con la verdad, para complacerse en hacer primar su interés personal por encima del interés general.