El Apunte
Un plan integral para evitar más muertes
Se habla muy poco de la tragedia del 'sinhogarismo', sólo para contar sus víctimas
Muere una persona sin hogar en Cádiz. Otra persona sin hogar. La cuarta este año. Un hombre de unos 46 años fallecía en el parque Pelícano, junto a la Puerta de Tierra. Dormía en una tienda de campaña junto a otros dos compañeros, quienes pidieron ... a los transeúntes que llamaran a una ambulancia porque ellos, lógicamente, no tenían teléfono móvil. Una vida menos. Aquí termina la historia de un varón al que pocos recordarán, y que por desgracia pasa a engrosar esta ya nutrida lista.
Se habla muy poco de esta tragedia. Únicamente en momentos puntuales: cuando hay algún fallecido, muchas veces, o cuando se produce algún altercado, con menor frecuencia. También en los momentos más duros, a las puertas del invierno y durante el mismo, con voces que resuenan en nuestra conciencia pero que se van apagando con la llegada del buen tiempo.
No es un problema de fácil solución, pero sí de obligada respuesta. Las administraciones deben establecer un plan integral para, si no erradicar el 'sinhogarismo', al menos reducirlo al mínimo. Se han dado avances en las últimas décadas, pero no son suficientes. En un estado de bienestar no debería haber nadie desamparado por motivos ajenos a su voluntad. Se debe proporcionar al menos un techo para pernoctar, además de alimentación y la atención necesaria. Ese porcentaje de personas sin hogar debería tener cobertura total, y no es así.
Luego existe un grupo importante de personas que ha asumido esta forma de vida por decisión propia. Esta es la parcela más difícil de abordar, porque es mucho más complejo ayudar a quienes no quieren ese apoyo. Muchos lo rechazan por problemas de salud mental, por lo que no se trata de una decisión completamente libre, sino absolutamente condicionada. La atención sanitaria, en este caso, también es responsabilidad de las administraciones, aunque en este punto el problema es mucho más amplio. Si se actúa con total convicción y se amplían los recursos, se reducirán enormemente estas cifras sangrantes.
El sinhogarismo, como en su tiempo la mendicidad, es una de las costuras del actual sistema por las que se resquebrajan los principios morales y éticos del estado de bienestar. Queda la sensación de que se puede hacer mucho más. Huyendo del populismo y de sus maniobras inútiles, que sólo provocan efectos contrarios, la sociedad debe aspirar a que ninguno de sus miembros duerma sin un techo que lo proteja.