EL APUNTE
La humillación de un Estado
El problema no es Puigdemont; el verdadero oprobio es que el país, con su Gobierno al frente, se ha dejado humillar
Un ciudadano español. Uno de Cádiz, por ejemplo, uno de nosotros. De cualquier rincón de nuestra provincia. Prófugo de la Justicia española, buscado por la Policía y la Guardia Civil, siete años después de su huida y tras anunciar públicamente que vuelve, se planta junto ... al Ayuntamiento de turno y se marca un discurso altanero y provocador, proclamando a los cuatro vientos que está aquí: «¡¡Que estoy aquí!!». Diez minutos después, se marcha a paso ligero y desaparece. Nadie lo detiene, pese a que los agentes establecen un cerco (operación 'jajajaula') e inspeccionan los vehículos sospechosos. ¿Es posible? ¿Es creíble? ¿Es risible?
Por eso, esto va más allá de Carles Puigdemont. En sus delirios, en probablemente su penúltimo sketch porque ya está amortizado y empieza a ser un vestigio del pasado, el 'expresident' protagonizó un sainete esperpéntico que cala bien entre sus parroquianos, a los que ha conducido a la locura. Puede resultar hasta enternecedor si no tuviera esos tintes insolidarios, incluso racistas, con el resto de sus convecinos.
El verdadero problema no es que el fugado vuelva a humillar al Estado, a este país. El oprobio es que el Estado, con su Gobierno al frente, se ha dejado humillar. Los peajes son cada vez más caros y se reproducen con mayor velocidad. Quizás Pedro Sánchez se congratule de que al final, otra vez, ha logrado su propósito: Salvador Illa es presidente de la Generalitat de Catalunya en una investidura que no ha logrado frenar Junts. Sin embargo, la sensación es que se están tapando con mínimos parches las tremendas vías de agua que asolan a este Gobierno resquebrajado; son diminutas treguas en esta huida hacia adelante que se asemeja demasiado a un naufragio.
El hecho histórico vivido este jueves no deja bien a nadie. Si está pactado, y por tanto hay acuerdo tácito entre las diferentes partes, es indigno de cualquier representante político. Si de verdad ha esquivado a las fuerzas de Seguridad, en esta ocasión a los Mossos, señalaría su incapacidad, vergonzante, sonrojante y hasta terrorífica.
Desde Cádiz, casi en la otra punta del mapa, se asiste atónito a esta espiral de desigualdad, de diferencias, entre unas comunidades y otras, entre unos ciudadanos y otros. Puigdemont, sólo él y apenas unos pocos secuaces, seguramente no van a cambiar nada en este país. Pero sí que han logrado un tremendo descrédito del Estado gracias en su mayor parte al Gobierno que lo regenta. Han consumado una nueva humillación. Otra más.