Opinión
Isla perdida: Fernando Trueba sigue contándonos sus historias
En su cine hay un toque de calidad que tiene su sello personal y que le hace diferente a la mayoría de nuestros cineastas
Conocí vagamente a Fernando Trueba en los años de universidad. Él era un curso posterior al mío cuando arrancaba, tímidamente, la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid. Trueba, Imagen y en mi caso, Periodismo. Formaba junto a Oscar Ladoire, ... Paula Molina, Carlos Boyero o Antonio Resines un grupo compacto y apasionado por el cine que, para diferenciarse de los intelectuales de la época se reunía en el café «Yucatán» situado frente al «Comercial» en la misma glorieta de Bilbao.
Yo frecuentaba aquella zona porque, entre otras cosas, estaba plagada de cines, tanto que a la calle Fuencarral se la llamaba la segunda Gran Vía. En una de sus salas más emblemáticas, el Paz, que sobrevive actualmente, se estrenó en abril de 1980. «Opera prima», su primera película en que estaban todos aquellos tertulianos del «Yucatán». De hecho, me sorprendió ver a Resines, al que conocía del equipo de rugby de la Facultad, en aquella cinta que nos atrapó por su frescura y humor cuando hacía, apenas tres años que, habían terminado sus estudios. Algunos de aquel grupo siguen manteniendo una amistad inquebrantable y otros, como pasa a lo largo de la vida, se han ido distanciando.
Al mayor de los Trueba, ahora están su hermano David y Jonás, su hijo, lo he entrevistado en varias ocasiones a lo largo de mi vida. En el rodaje de «El sueño del mono loco», una parte del cual se llevó a cabo en el chalet donde se produjo el asesinato de los marqueses de Urquijo; cuando ganó el Oscar o alguno de los Goya; en festivales o en su casa de Madrid aledaña a la calle Arturo Soria. Creo que, como pasaba con el desaparecido Carlos Saura, en su cine hay un toque de calidad que tiene su sello personal y que le hace diferente a la mayoría de nuestros cineastas. Aunque Saura y Trueba tienen concepciones diferentes de la cinematografía, no han dudado en abarcar cualquier género siempre que supieran que podía contar una historia.
Es ahora el caso de «Isla perdida», su nueva película un thriller en que se aprecian referencias al cine de Alfred Hitchcock o la narrativa de Patricia Higsmith, dos de sus autores favoritos.
Matt Damon protagoniza el filme junto a una maravillosa Aida Folch, en la que Trueba ha encontrado a una de sus musas después de aquella excelente «El artista y la modelo». Ella interpreta a Álex, una chica de Barcelona que acude a trabajar a un restaurante de una pequeña isla griega. Allí está Max, su dueño, un norteamericano misterioso y bastante taciturno del que se enamora. Ambos viven una historia de amor, pero él tiene un pasado oscuro que producirá un giro radical en la trama.
«Isla perdida», es un viaje de ida y vuelta a la luz y la oscuridad. La película respira un aire clásico que nos introduce en esa isla griega a lo largo de tres estaciones. Solo falta la primavera. La narración transita de la luminosidad del verano a días oscuros y sombríos en el frio y solitario invierno.
Huele a crispación y muerte y como en el cine de Hitchcock el romance está marcado por el signo de lo fatalidad, porque el ser amado en el cine del cineasta británico es una fuente de peligro como vemos en «Encadenados», «Recuerda», «Rebeca» y tantos otros títulos .
«Isla perdida» recupera lo oscuro de «El sueño del mono loco» aunque no alcanza su perversidad. En enero Fernando Trueba cumplirá setenta años , pero sigue contándonos historias o atreviéndose, por primera vez ,a trabajar como actor en «Volveréis», la película que su hijo Jonás estrenará este próximo fin de semana. Tiene el espíritu de un debutante, como aquel que concibió, hace casi medio siglo, una divertida comedia titulada: «Opera prima».
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