editorial
Sombras en el liderazgo de EE.UU.
El mundo libre necesita ahora más que nunca que Estados Unidos mantenga su estabilidad interna y la fortaleza de sus principios. Y ni demócratas ni republicanos lo garantizan

Uno de los efectos menos estudiados del populismo demagógico en todos los países es su capacidad para infectar directa o indirectamente a todo el sistema político. En Estados Unidos, un país que se creía al margen de estos avatares, la sombra de Donald Trump se proyecta mucho más allá de lo que fue su polémica presidencia y su impresentable manera de abandonar el poder, para seguir siendo uno de los elementos más perturbadores que han conocido las instituciones de este país desde la guerra civil. Todo el debate gira en torno al futuro del expresidente y que oscila entre una posible condena judicial y la nada despreciable posibilidad de que vuelva a ser elegido para ocupar la Casa Blanca. La aparatosa derrota de Liz Cheney en las elecciones primarias de Wyoming, donde se presentaba como la alternativa republicana al trumpismo, demuestra con claridad que a pesar del rastro de deterioro institucional que deja como legado, los seguidores de Trump son todavía la mayoría entre los conservadores norteamericanos. Desde que Dick Cheney, el padre de Liz, se presentó en este mismo estado hace 45 años, el escaño había estado invariablemente en manos de esta saga familiar, lo que demuestra hasta qué punto el resultado puede considerarse como altamente significativo.
Si a esta derrota se añade el hecho de que el presidente demócrata Joe Biden no logra construir un liderazgo fuerte y su eventual sustituta Kamala Harris ha resultado tener aún menos nervio político del que se pensaba, el resultado de la ecuación es que la vida política en Estados Unidos, la primera superpotencia del mundo, va a seguir centrada en lo que diga o haga un personaje impredecible como Trump.
Y el caso es que el mundo libre necesita ahora más que nunca que Estados Unidos mantenga su estabilidad interna y la fortaleza de sus principios precisamente porque están siendo abiertamente amenazados por una coalición de fuerzas totalitarias que utilizan formulaciones híbridas y que desembocan, invariablemente, en mecanismos para aplastar a los partidarios de la democracia liberal. El caso más evidente es la invasión rusa de Ucrania, que Europa sola no estaría en ningún caso en condiciones de afrontar sin la ayuda de Estados Unidos a pesar de que es en estos momentos el principal pulso entre los partidarios de un mundo basado en la ley de la selva y los que insisten en que todos los países deben respetar las reglas básicas del orden mundial. Causa zozobra pensar cuál habría sido la posición de Trump en este caso concreto.
Si Estados Unidos no recobra su fortaleza, basada en la solidez de sus instituciones y en un liderazgo constructivo en la Casa Blanca, el proceso acabará siendo una celebración para todos los que apuestan por acabar con las sociedades libres que ya están exhibiendo su fuerza, como lo demuestran las recientes maniobras militares en Venezuela con participación de Rusia, China e Irán. Queda todavía la segunda parte del mandato de Biden, que seguirá marcado por la catastrófica gestión de la retirada de Afganistán y que fue la primera gran señal de la fragilidad de Occidente. En estos dos años tanto demócratas como republicanos están obligados a reconstruirse lejos de ese debate envenenado de populismo que ahora lo inunda todo.