Movilización cívica en Cataluña

No valen las medias tintas cuando en un Estado de derecho se exige algo tan básico como el cumplimiento de las sentencias judiciales. El mensaje ha de ser inequívoco, sin paliativos

Editorial ABC

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La sociedad catalana, no solo su clase política, necesita una transformación para volver a representar unos valores democráticos y de convivencia que ha perdido por su complacencia con el separatismo. No se puede encarnar una visión moderna y cosmopolita, como siempre se ha asociado a Cataluña, y al mismo tiempo consentir la marginación de catalanes que defienden el castellano como una lengua tan propia como el catalán. El problema no es solo jurídico, ni solo político. Es un problema de cómo se define la sociedad catalana a sí misma, si como una comunidad abierta y democrática o una región cerrada. Frente a esta segunda opción, que es la elegida por activa o por pasiva, se manifestaron ayer miles de catalanes que defendían el bilingüismo en el sistema educativo de la Generalitat. Hay que recordar que lo que pedían eran dos cosas muy elementales: que se respete el 25 por ciento del castellano en la enseñanza y que se cumplan las sentencias judiciales. Ambas peticiones revelan que la lucha por el castellano en las aulas es una defensa militante del orden constitucional, de las libertades más básicas y de la vigencia real del imperio de la ley. El destierro del castellano en los colegios catalanes es una alternativa alevosa al destierro de la Constitución que los nacionalistas intentaron en 2017. Les costó la pérdida del autogobierno, por un tiempo escaso, y la condena penal de algunos de sus dirigentes.

Que haya familias catalanas dispuestas a dar la cara frente a un sistema opresivo para pelear por la enseñanza bilingüe de sus hijos significa que todavía hay una esperanza real de cambio en Cataluña. Pero esas familias no pueden ni deben estar solas. Por eso, la convocatoria de ayer a cargo de varias entidades cívicas y el apoyo de los partidos constitucionalistas deberían representar la articulación de un movimiento social frente a la imposición nacionalista. El descuelgue del Partido de los Socialistas de Cataluña no es una sorpresa, porque es corresponsable de la ley en la que se ampara la Generalitat para incumplir la sentencia que le obliga a respetar la cuota del 25 por ciento de castellano. No es una sorpresa, pero es una mala noticia, porque pone al socialismo español en el lado equivocado de la historia: con los que quieren sacar a Cataluña del orden constitucional, con los que anuncian que volverán a dar otro golpe separatista y con los que marginan a familias como la de Canet. Los socialistas deben explicarse a sí mismos cómo es posible que defiendan ideales de desigualdad y privilegios tan ajenos a su teórica ideología ilustrada. También se hizo notar la ausencia del líder del PP en una marcha cuyo significado exigía la máxima representación política. Feijóo perdió una oportunidad importante en un momento en el que todavía está aterrizando como líder del centroderecha español y cuando una parte de la derecha sociológica le achaca ciertas ambigüedades nacionalistas en materia lingüística. Su ausencia fue un error. No valen las medias tintas cuando en un Estado de derecho se exige algo tan básico como el cumplimiento de las sentencias judiciales. El mensaje ante la agresión a las libertades de la Generalitat ha de ser inequívoco, sin paliativos.

El Gobierno hace sinonimia entre Cataluña y nacionalismo e ignora a los catalanes constitucionalistas. La indefensión del castellano significa el desamparo de la igualdad entre catalanes y, en la misma medida, la manipulación del catalán como herramienta etnicista. Este proceso sistemático de inmersión lingüístico tensará aún más a la sociedad catalana, en tanto el nacionalismo se sienta impune gracias a la complicidad del PSOE y los sectores constitucionalistas reactiven su movilización en las calles y, sobre todo, pierdan el miedo, el gran aliado de los nacionalistas. Sin apoyo oficial, con los medios públicos de comunicación en contra y con el temor a represalias, no será fácil para los catalanes no nacionalistas revertir la situación, pero sin ellos será imposible.

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