OPINIÓN
Ya lo dijo don Fernando...
Nos quedamos con un centro histórico que pierde lo añejo, que pierde su espíritu mientras se llena de miles de cruceristas con las manos en los bolsillos, para no caer en la tentación de llenarlas de bolsas del comercio ¿local?
Muchas, muchas cosas están en la ciudad —y en Andalucía, y en España— por nivelar, «justicializar» y componer a fondo; por otra parte, negar los progresos que, sean cuales fueren sus causas van en Cádiz del negro pasado a la insuficiente presente, sería un acto ... de simples fanatismos, inocencia o ceguera.
Pero el panorama del desarrollo gaditano, fuertemente alentador, no deja de plantearle a la ciudad otros muy serios problemas: el mayor es quizá el del evidente peligro que, no obstante, el recentísimo decreto estatal declarando Monumento Histórico-Artístico a todo el casco antiguo, parece seguir cerniéndose sobre el mismo.
No estamos contra el desarrollo ni contra renovación sino su favor: ¿cómo íbamos a estar en contra de lo que supone crecimiento y progreso? Lo que combatimos es solo la especulación anti urbanística y las faltas de criterio.
En una palabra, fisonomía urbana en general y centro atracción cultural del Cádiz añejo, deben y pueden ser máximamente respetados, favoreciéndose y prestigiándose con ello la ciudad en el campo del gran turismo, no limitable a las excelentes atenciones playeras, deportivas y carnavalescas.
Solo así, consolidando al máximo el futuro de su eterna y rentable historia marítima, realzando al máximo los encantos, valores y atracciones de su pasado —¡cualquier casa del caserío sería y es en América un monumento nacional!—, puede Cádiz mirar sin temor al porvenir.
Me encantaría poder decir que estas palabras son mías, por la belleza con la que representa la decadencia de Cádiz, pero no lo son. Fueron escritas allá por el lejano 1964 por la excepcional pluma de don Fernando Quiñones. Lo curioso es que sesenta años después, las palabras siguen estando completamente de actualidad.
Lo peor es que vamos viendo que, poco a poco, su terrible presagio se va haciendo realidad y nuestro centro histórico se convierte en otro más de los muchos centros turísticos. Las tiendas tradicionales desaparecen y aparecen las cadenas de golosinas, de helados, de turrones; las hamburgueserías con enormes M amarillas que sustituyen a las Menoc. Nos quedamos con un centro histórico que pierde lo añejo, que pierde su espíritu mientras se llena de miles de cruceristas con las manos en los bolsillos, para no caer en la tentación de llenarlas de bolsas del comercio ¿local?
Y, junto a esto, vamos viendo como la burbuja turística empieza a desinflarse y nos deja una primera mitad de campaña veraniega triste para el sector, que no ha visto cumplida sus expectativas. Lo que conlleva, también, que es malo para la ciudad que ve como la riqueza generada por el turismo se resiente. Eso sí, la precariedad y el trabajo por propinas de los freetours sigue campando a sus anchas desde la puerta de un Ayuntamiento que (en esto nada cambia) sigue mirando para otro lado.
El problema radica en las soluciones que deberíamos comenzar ya a buscar antes de que llegue el final de nuestra burbuja. La turismofobia que se observa en la ciudad no ayuda a esas soluciones; pero va llegando el momento de que todos los sectores nos sentemos para marcar las líneas futuras de Cádiz.