TIGRES DE PAPEL
Ya nadie habla del perdón
Perdonar es de sabios, por eso sólo puede perdonar bien quien ha sufrido, pecado o vivido mucho
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Casi nadie habla del perdón. Ahora, que lo necesitamos más que nunca y que la vida de tantos está a la vista, preparada para ser juzgada, nos hemos abandonado todos a la acusación ajena para ocultar el rostro de la vergüenza propia. Como si ... no nos conociéramos, o como si quisiéramos fingir, en el fondo, que no sabemos lo que somos: una pobre legión de embusteros incapaces de engañar a nadie. Pero no es que fallemos porque seamos humanos, es que la humanidad se exhibe y se concreta en el error culposo. En el fallo y en el fracaso propio, aunque quisiéramos que fuera en el de los otros. En el fondo no hay diferencia: todo lo que nos indigna de los demás sabemos reconocerlo porque es enteramente nuestro. También nuestro o, incluso, sobre todo nuestro.
Nos duele pedir disculpas por una inseguridad travestida de coquetería. Pero sabemos que si no estamos en ruinas es porque guardamos, como mucho, un equilibrio absurdamente precario. Digan lo que digan, a la vida sólo se puede venir a empatar. Como mucho. Y no sólo nos equivocamos, sino que somos perfectamente hábiles para hacer el mal a sabiendas, como denunciara Ovidio. También somos capaces de permitir que ese mismo mal se siga perpetrando, todo por regalarnos cinco minutitos de excepción, o por brindarnos una última vez más, lo prometo, como los yonquis o los atracadores de bancos. Para volver a ser nosotros, casi tan imperfectos como lo fuimos siempre.
Nunca es sencillo afrontar la dificultad, y pedir disculpas es casi tan difícil como atreverse a perdonar. Derrida, que a veces atinaba a pesar de los excesos, decía que el único perdón verdadero es el perdón imposible. Es decir: el perdón infinito, el que toma por objeto un daño ilimitado, consciente y decidido. El perdón que nadie nos pidió y que sin embargo estamos dispuestos a conceder gratis: en silencio, sin testigos de nuestra accidental magnanimidad, en ese secreto en el que veía el Padre y del que hablaba el Evangelio de Mateo. Un perdón capaz de exonerar la deuda por la muerte del mejor de los hombres o del más justo y verdadero. Qué parejas son las muertes de Sócrates y de Jesús.
Perdonar es de sabios, por eso sólo puede perdonar bien quien ha sufrido, pecado o vivido mucho. Aunque sufrir, errar y vivir sean una y la misma cosa. Por eso es tan confortable el perdón de los ancianos. Los humanos lo queremos todo, salvo aprender a perdonar o a disculparnos como es debido. Esa sería la única tentación admirable: quien quiera ser como un dios debería empezar a perdonar. A ejercer no un perdón para sí mismo, ni tampoco una mera concesión condescendiente, sino un perdón universal, irreversible e irrevocable. No hay otra luz en el corazón humano que ese asalto a la razón. Más allá de la justicia, debemos y sabremos aprender a perdonar.
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