TIGRES DE PAPEL
El olvido del espíritu
El espíritu es todo lo que importa y que no podemos tocar
Nadie sabe exactamente qué es el espíritu. A lo más, todos intuimos que lo espiritual guarda un íntimo compromiso con el régimen de lo invisible y que aspira a ser, como dijeran Platón o Cicerón, objeto de cuidado y hasta de terapia. Ni siquiera en ... griego antiguo o en hebreo existiría una única palabra para referirse a esa intuición abstracta, y todavía en nuestra lengua tendríamos dificultades para discernir cuáles son las diferencias entre lo que nombramos cuando hablamos del alma, de la mente o del propio espíritu.
La más banal de las intuiciones en ocasiones sale a nuestro rescate y, aunque todos sospechemos a qué nos referimos al apelar a la condición espiritual, podríamos convenir una definición de urgencia. El espíritu es todo lo que importa y que no podemos tocar. Esta intangibilidad de lo mucho que somos, para bien o para mal, se opone con naturalidad a nuestra condición corporal que ahora tanto se celebra. Somos, por supuesto, un cuerpo. Pero somos un cuerpo animado y un cuerpo vivido, un cuerpo doliente y un cuerpo capaz de pensarse y amarse como algo que es mucho más que un cuerpo.
La insaciable obsesión por la corporalidad ha multiplicado los gimnasios, los ungüentos, las recetas y hasta las páginas de los ensayos. Eso que llaman autocuidado no hace más que evidenciarnos la escasa complejidad de la definición con la que hemos querido conformarnos. O que nos conformen. Cuidarse el pelo, las uñas, la piel o el vientre son, sin duda, actos de higiene y hasta de dignidad civil, pero cabría sospechar por qué esa sobreabundancia de atención por lo corpóreo ha acabado por coincidir con un olvido del espíritu. Hay algo revelador en que sea más sencillo escuchar hablar de las impurezas de la piel que de la purificación del ánimo.
Uno sobrevive con lo poco que aprende de algunas personas sabias, y a un hombre de hondura le oí decir que el silencio es al alma lo mismo que el agua es al cuerpo. El silencio es una ausencia de estímulos sonoros que hace perceptibles las verdades más sutiles. Por eso la lectura es siempre un acto autodefensivo en el que el individuo se aísla para hacer del mundo algo distinto del mundo. No olvidemos, además, que cada vocablo escrito en su mero acto de significar anuncia una trascendencia que va desde la palabra hasta la cosa.
También será en el interior del silencio, esta vez sin lectura, donde podremos ensimismarnos, que diría Ortega, para establecer atención real por todo lo que hacemos y todo lo que nos pasa. La admiración, y por ello la mejor cultura, la oración para quien rece o el paseo son experiencias que redundan en ese imprescindible y olvidado cuidado del espíritu. Aunque al final, puede que el mejor cuidado de sí consista en olvidarse de uno para ocuparse algo más de los otros.
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