LA HOJA ROJA

El día de la marmota, otra vez

«Con Valcárcel, la foto es la misma de la fanfarria de 2022, no es el mismo alcalde, ni el mismo rector, ni la misma presidenta de Diputación, pero la foto es la misma»

A la marmota Phil, de Punxstawnwey, la conocimos hace dos décadas porque Bill Murray estuvo casi treinta años «Atrapado en el tiempo», diciendo aquello de «¿Qué harías si estuvieses anclado en un lugar y todos los días fueran iguales sin importar lo que hicieras?», mientras ... un día amanecía detrás de otro, exactamente iguales. El día de la marmota; así fue como simplificamos –siempre lo hacemos- la solemne ceremonia del fin del invierno, ya sabe, si la marmota sale de su madriguera es que la primavera está al caer. Ni siquiera la idea es original de Pensilvania, que para eso nuestro refranero le saca ventaja y sabiduría, «por san Blas, la cigüeña verás, y si no la vieres, año de nieves», aunque a nadie se le haya ocurrido hablar del día de la cigüeña. Tampoco es original lo del eterno retorno que formulara Nietzsche, porque eso ya lo hicieron los dioses griegos con Sísifo, con Prometeo y con Penélope, atrapados en su propia desgracia y condenados a repetir una y otra vez su castigo. Pero ya sabe usted lo que gustan por estas latitudes las costumbres yanquis y cómo nos rendimos a sus encantos. Total, que cada 2 de febrero, como en la película de Harold Ramis, el despertador nos recuerda que estamos en el mismo sitio, a la misma hora y haciendo lo mismo de siempre. Suena a paradoja, pero cuanto más rápido pasa el tiempo mayor es la sensación de que estamos en un bucle, en una gigantesca rueda de hámster de la que no podemos escapar, sobre todo porque no sabemos cómo hacerlo.

«Le daré un pronóstico para el invierno; será frío, oscuro y durará… el resto de sus vidas» decía Phil Connors, el enfadadísimo hombre del tiempo atrapado en el reloj de Punxsutawney. No le hablaré del tiempo –aunque he de reconocer que es una de mis debilidades, o habilidades, según se mire- porque se nos acumulan las olas de frío y de borrascas, y porque, a pesar del cambio climático, aquí siempre hace frío en Carnaval. Tampoco le hablaré de lo oscuro, porque entre las luces de Navidad y las que se avecinan vamos bien servidos de iluminación, pero sí que le hablaré de lo que duran las cosas en esta ciudad y lo cansino que se hace estar siempre dándole vueltas a lo mismo.

Haga la prueba. Valcárcel –no me repito yo, se repite la noticia- vuelve a ser noticia porque ahora –ahora, dice- se van a iniciar las obras –las obras, dice- para rehabilitar el edificio y dotarlo de contenido. La foto es la misma de la fanfarria de 2022, no es el mismo alcalde, ni el mismo rector, ni la misma presidenta de la Diputación, pero la foto es la misma. No es el mismo presupuesto, que se reduce a un tercio de lo acordado hace tres años, pero sí las mismas intenciones, aunque ya no será Ciencias de la Educación, sino que tendrá un uso universitario, así en general, sin mojarse mucho que luego pasa lo que pasa, y volvemos al punto de partida y otra vez el atril y los dineros menguantes. Siempre lo mismo, una y otra vez.

No es nuestro castigo, pero como si lo fuera. El edificio de Náutica lleva cerrado diecisiete años; ahora parece que se harán –lo digo en impersonal porque nadie sabe quién las hará- viviendas y, sobre todo, nadie sabe cuándo se harán. De momento, aquello está como Jumanji y habrá que entrar como a la selva. «¿Sabes qué día es hoy? Hoy es mañana» se lamentaba Bill Murray en la película. En sesión continua, que se decía antes. La carpa va, la carpa viene, que sí, que no, que caiga un chaparrón. Definitivamente, lo de Cádiz es un eterno día de la marmota.

El Ayuntamiento ha presentado el borrador de los presupuestos de 2025 que prometen ser más sociales que nunca, como lo fueron los del año pasado. Qué más da, si ahora la oposición presentará tantas enmiendas y tantos reparos que lo mismo se aprueban el año que viene, o el otro…

Veintidós años lleva el vestíbulo de la estación de Renfe esperando, como Penélope, a que alguien se apiade de los viajeros que para pasar del tren al autobús tenemos que coger dos ascensores. Siempre he tenido curiosidad por saber quién sería la cabeza pensante que ideó esto, pero seguro que lo hizo con la mejor intención, que ya sabe usted que de buenas intenciones está el infierno lleno. Parece que ahora sí, que ahora hay tres empresas interesadas en abrir, por fin, la puerta que comunica ambas estaciones.

Yo hace tiempo que me rendí. Vivir en el día de la marmota también tiene su encanto, y no solo porque todo nos suena, sino porque sabemos que nada de lo que dicen que va a ocurrir, ocurrirá.

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